En todo el mundo, las comunidades de pequeños agricultores sólo disponen de recursos limitados para mejorar su seguridad financiera y alimentaria, y la degradación del suelo es habitual. La gestión ecológica de nutrientes (GNE, por sus siglas en inglés), un enfoque agroecológico de la gestión de los ciclos biogeoquímicos que regulan los servicios ecosistémicos y la fertilidad del suelo puede prevenir la degradación y preservar la salud del suelo.
Cinco principios guían las estrategias de la gestión ecológica de nutrientes:
Crear materia orgánica en el suelo y otras reservas de nutrientes.
Minimizar el tamaño de las reservas de nitrógeno (N) y fósforo (P) más vulnerables a las pérdidas.
Maximizar la capacidad de los agroecosistemas para utilizar N y P solubles e inorgánicos.
Utilizar la biodiversidad funcional para maximizar la presencia de plantas en crecimiento, fijar biológicamente el nitrógeno y acceder al fósforo poco soluble.
Construir agroecosistemas y balances de masas a escala de campo para rastrear los flujos netos de nutrientes a lo largo de múltiples estaciones de crecimiento.
En la sede del ICRISAT en Patencheru, India, M.L. Jat y Sieg Snapp delante de variedades de gandul (Cajanus cajan), una leguminosa semiperenne que fija el nitrógeno y solubiliza el fósforo para una mayor eficiencia de los nutrientes al tiempo que mejora la salud del suelo. (Foto: Alison Laing/CSIRO)
El uso de policultivos diseñados funcionalmente, rotaciones diversificadas, periodos de barbecho reducidos, mayor dependencia de las leguminosas, producción integrada de cultivos y ganado, y el uso de una variedad de enmiendas del suelo ejemplifican cómo funciona la gestión ecológica de nutrientes en la práctica. Un principio clave es apuntalar la resiliencia de los agroecosistemas mediante el fomento de la acumulación de materia orgánica en el suelo y la restauración de la función del suelo.
Se utilizan aumentos estratégicos de la diversidad espacial y temporal de las especies vegetales que satisfacen las necesidades de los agricultores. A menudo se trata de arbustos y vides perennes o semiperennes que proporcionan alimentos, combustible y forraje, al tiempo que restauran la fertilidad del suelo. Los sistemas de gestión ecológica de nutrientes a largo plazo pueden aumentar el rendimiento, la estabilidad del rendimiento, la rentabilidad y la seguridad alimentaria, atendiendo así a una serie de necesidades de los pequeños agricultores.
Foto de portada: Un cultivo intercalado de maíz y frijol que ejemplifica el enfoque de gestión ecológica de nutrientes, tomado en Hub de Chiapas del CIMMYT, un experimento de campo a largo plazo. (Foto: Sieg Snapp/CIMMYT)
Los niveles más altos de mineralización potencial del carbono (Cmin) en el suelo indican que el suelo está más sano. Muchos informes indican que la Cmin en los suelos agrícolas aumenta con la reducción de la alteración del suelo a través de la labranza, pero los mecanismos que impulsan estos aumentos no se conocen bien.
El Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) ha establecido una red de plataformas de investigación en México, donde científicos colaboradores evalúan la agricultura de conservación y otras tecnologías sostenibles para generar datos sobre cómo mejorar los sistemas de producción locales. Esta red de ensayos de investigación, muchos de los cuales tienen más de cinco años en operación, nos permitió participar con sitios mexicanos en el Proyecto Norteamericano para Evaluar las Medidas de Salud del Suelo (NAPESHM, por sus siglas en inglés). Este proyecto tenía como objetivo identificar indicadores de salud del suelo ampliamente aplicables y evaluar los efectos de las prácticas sostenibles en la salud del suelo en 124 experimentos a largo plazo en Canadá, Estados Unidos de América y México.
Equipos experimentados del CIMMYT muestrearon los suelos de 16 experimentos en México, que luego fueron analizados por el Instituto de Salud del Suelo para este estudio. Se recogieron datos sobre la mineralización potencial del carbono, las secuencias de ARNr 16S y la caracterización del suelo, y los resultados demostraron que la sensibilidad microbiana (arqueas y bacterias) a las alteraciones físicas depende del sistema de cultivo, la intensidad de las alteraciones y el pH del suelo.
Un subconjunto del 28% de las variantes de secuencias de amplicones se enriqueció en suelos gestionados con una alteración mínima. Estas secuencias enriquecidas, que fueron importantes en el modelado de Cmin, estaban relacionadas con organismos que producen sustancias poliméricas extracelulares y contienen estrategias metabólicas adecuadas para tolerar los factores de estrés ambiental.
El diseño único de muestreo de este estudio –en el que se analiza una variedad de suelos agrícolas y climas– permite evaluar los impactos de la gestión en medidas estandarizadas de la actividad microbiana del suelo. Además, la comprensión de los factores microbianos que impulsan indicadores de la salud del suelo como Cmin puede ayudar a interpretar dichos indicadores y, en última instancia, a comprender cómo gestionar mejor los suelos.
Muestreo de suelo para la evaluación de stocks de carbono en las zonas de cultivo de papa del distrito de Chugay, en La Libertad, Perú. (Foto: David Ramírez)
Muestreo de suelo para la evaluación de stocks de carbono en las zonas de cultivo de papa del distrito de Chugay, en La Libertad, Perú. (Foto: David Ramírez)
Para alimentarse, la humanidad depende de los suelos; sin embargo, 52 % de la tierra utilizada para cultivar alimentos está moderada o severamente degradada, lo cual disminuye la capacidad del suelo para cumplir con importantes funciones ecosistémicas, como la regulación del clima.
Efectivamente, el suelo es un gran aliado en la lucha contra el cambio climático, pero la pregunta es, ¿cómo se pueden reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2) —uno de los principales gases de efecto invernadero que contribuye al calentamiento global— y aumentar al mismo tiempo la captura de carbono desde los suelos agrícolas?
El término “captura de carbono” implica la eliminación del CO2 de la atmósfera —que es donde tiene las mayores implicaciones negativas— y su almacenamiento en biomasa, en forma de vegetación, en el océano y ambientes terrestres, incluidos los suelos agrícolas. El contenido de carbono en los suelos agrícolas “depende de los factores relacionados con su formación, pero puede modificarse por los cambios en su manejo”, señala Nele Verhulst, líder de investigación en sistemas de cultivos para América Latina del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), uno de los centros de investigación del CGIAR.
“En conjunto con la Universidad de Stanford (Estados Unidos), el CIMMYT desarrolla el proyecto Terradot para impulsar la adopción de sistemas de producción, con base en agricultura de conservación, que pueden aumentar los niveles de carbono orgánico del suelo, mejorando así su calidad y apoyando en la mitigación del cambio climático”, menciona Simon Fonteyne, líder del proyecto en el CIMMYT.
En el marco de este nuevo proyecto que en México se está desarrollando en el estado de Chiapas, recientemente —en la semana del 14 al 28 de octubre— se realizaron muestreos de suelo en las plataformas de investigación del Hub Chiapas del CIMMYT, ubicadas en los municipios de Villa Corzo, Venustiano Carranza y San Andrés Larráinzar.
“Las plataformas de Villa Corzo y Venustiano Carranza se encuentran en regiones con terrenos planos y mecanizados, mientras que en Larráinzar se siembra en zona de laderas, con el sistema de Milpa Intercalada con Árboles Frutales. Al representar las condiciones contrastantes de los sistemas de producción del estado, estas plataformas nos pueden ayudar a entender que prácticas capturan más carbono, y por eso estamos desarrollando investigación en ellas, determinando el contenido de materia orgánica, carbón orgánico del suelo y su densidad”, comenta Abel Saldivia Tejeda, uno de los investigadores del CIMMYT que participa en el proyecto.
“La estrategia es aumentar el contenido de carbono en el suelo, mejorar su distribución y estabilidad, encapsulándolo dentro de agregados estables para que esté protegido de los procesos microbianos por un largo tiempo. Por esta razón estamos midiendo el carbono en el suelo para ver si las prácticas sustentables pueden ayudar a captar carbono en las parcelas y así disminuir emisiones”, continua Saldivia.
Paralelamente, en Perú, también se está midiendo el carbono en el suelo para identificar las prácticas agronómicas más adecuadas para su captura. Los trabajos iniciaron en 2020 y, a la fecha, ya se ha recolectado información sobre el manejo agronómico y la productividad de 500 productores de papa gracias al proyecto global Excelencia en Agronomía, una nueva iniciativa del CGIAR en América Latina en la que participan el Centro Internacional de la Papa (CIP) con la colaboración de pequeños productores del distrito de Chugay —provincia de Sánchez Carrión, La Libertad— y la ONG «Asociación Pataz».
Para recabar los datos en la zona andina se adaptó la bitácora agronómica e-Agrology del CIMMYT al cultivo de papa: “Los polígonos pertenecientes a las parcelas de los agricultores están definidos en e-Agrology, creando una oportunidad para entrenar imágenes basadas en la teledetección con campos de papas bajo diferentes afecciones de estrés, etapas fenológicas, variedades, manejos y rotaciones. Los algoritmos entrenados pueden permitir la detección de otras áreas y rotaciones de papa, dando la oportunidad de una cartografía de alta resolución del sistema de cultivo en la zona”, puntualiza David Ramírez, investigador del CIP que participa en este proyecto.
La degradación de los suelos, el aumento de las plagas y enfermedades y la incertidumbre e intensidad de los fenómenos climáticos extremos están provocando que los agricultores andinos experimenten importantes reducciones en el rendimiento de sus cultivos. Muchos se ven obligados a utilizar fertilizantes inorgánicos y a aplicar frecuente e intensamente insecticidas y pesticidas para asegurar la producción. Aunque esto garantiza los rendimientos, implica emisiones indirectas de gases de efecto invernadero, aumentando la huella de carbono y, a su vez, reduciendo la capacidad del suelo para capturarlo.
Debido a este escenario, es necesario explorar técnicas agronómicas con potencial de mitigación del cambio climático, orientadas a incrementar la materia orgánica del suelo y reducir las emisiones indirectas de carbono a la atmósfera: “El suelo andino contiene altos stocks de carbono en el suelo; sin embargo, hay una falta de evidencia sistemática sobre la evaluación de estas reservas bajo las prácticas agronómicas actuales y del potencial de mitigación del cambio climático de los pequeños agricultores andinos”, señala Ramírez.
“La medición del stock de carbono en el suelo asociada a las diferentes rotaciones de cultivos de las áreas paperas, unida al mapeo de alta resolución basado en imágenes satelitales, creará una oportunidad para evaluar y simular escenarios de captura de carbono en la zona. Todo esto también construirá evidencia para futuros esquemas de compensación en los mercados de carbono a futuro para los pequeños agricultores”, comenta el investigador.
Así, tanto en México como en Perú, investigadores y agricultores buscan soluciones para hacer del suelo el mejor aliado en la lucha contra el cambio climático, adoptando y evaluando prácticas sustentables para contribuir a incrementar la productividad y la calidad de la producción no solo para los productores de estos países, sino para millones de pequeños hogares agrícolas en diversas partes del mundo. #SoilHealthMonitoring
A Mario Guzmán Manuel le llevó tiempo entender que, a mayor movimiento de la tierra en su parcela, la fertilidad y la humedad se pierden. No obstante, una vez que conoció la agricultura de conservación él mismo se niega a realizar prácticas que implican un movimiento excesivo del terreno y, en consecuencia, una pérdida de la estructura del suelo, como el barbecho con tractor.
De sus 50 años, Mario casi ha pasado todos en el campo en San Francisco Chindúa, en la Mixteca oaxaqueña. A principios de junio, con las lluvias que trajo el huracán Agatha a la Mixteca, él se animó a sembrar casi una hectárea con maíz de temporal.
“Anteriormente la milpa, a esas fechas, ya estaba para encajonar porque empezaba a llover desde mayo o a mediados de abril, pero si no fuera por Agatha que nos benefició con tres días de lluvia, todo estaría seco”, analiza.
Los efectos del cambio climático son diferentes para las distintas regiones, pero los agricultores de todo el mundo, como Mario, están sujetos cada vez a una mayor incertidumbre. Mario, por ejemplo, desde hace siete años ha visto que el temporal en su comunidad “se ha retrasado, porque llueve muy poco”.
Estos cambios radicales de clima en todo el mundo, sin embargo, son propiciados por las acciones humanas, incluyendo las agrícolas porque prevalece la siembra de manera convencional, en la que los suelos se dejan sin cobertura, favoreciendo su erosión.
“Antes hacía hasta dos rastras para que quedara molida la tierra, pero dejando el rastrojo de la cosecha anterior se mantiene más la humedad. La gente se aferra a esas prácticas, siguen prefiriendo echar lumbre, pero debemos comprender que esa práctica solo le quita al suelo su capacidad para producir”, comenta Mario.
Poco a poco, con la asesoría técnica de colaboradores del Hub Pacífico Sur del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), que en esa región implementa el proyecto CLCA, productores como Mario dejan de barbechar y tratan de mantener un poco de rastrojo en su parcela.
CLCA es un proyecto impulsado por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) e implementado por el CIMMYT y diversos colaboradores con el objetivo de impulsar el uso de la agricultura de conservación en sistemas agropecuarios en zonas áridas para mejorar la eficiencia en el uso de agua, la fertilidad del suelo y la productividad.
Ángel Rodríguez Santiago, colaborador del Hub Pacífico Sur del CIMMYT, comenta que, en el marco del proyecto se están empleando “diferentes tecnologías que nos permiten aumentar la fertilidad del suelo, conservar el suelo y así mismo la productividad de cada unidad de producción pecuaria y de cada familia. Estamos produciendo forraje y grano en la misma superficie, con la misma cantidad de agua y en el mismo ciclo agrícola”.
Combinar diferentes tipos de cultivos, dejar el rastrojo sobre la parcela y sustituir el uso de fertilizantes sintéticos por los abonos orgánicos que ellos mismos elaboran, es parte de las actividades que Alfredo Rodríguez Girón, productor de San Francisco Chindúa, también ha aprendido para optimizar su cosecha y tener alimento suficiente para su ganado.
“Hacemos nuestros propios abonos orgánicos, nuestras compostas que sirven para nutrir la raíz; también elaboramos algunos productos que se aplican directo a la hoja para aplicar nutrientes específicos que le falten a la planta”, expresa satisfecho de producir desde la conciencia ambiental que recién ha adquirido.
Alice Ruhweza durante el Congreso Interamericano de Agua Suelo y Agrobiodiversidad, en Ciudad Obregón, en el estado mexicano de Sonora. (Foto: CIMMYT)
Alice Ruhweza durante el Congreso Interamericano de Agua Suelo y Agrobiodiversidad, en Ciudad Obregón, en el estado mexicano de Sonora. (Foto: CIMMYT)
“Siempre he creído que las soluciones están en el suelo. Por supuesto, el sistema global tiene un papel que desempeñar, pero el trabajo verdadero se da en el suelo, por eso es importante que apoyemos el trabajo de los pequeños agricultores, porque los alimentos que consumimos vienen su trabajo”, mencionó Alice Ruhweza durante el Congreso Interamericano de Agua Suelo y Agrobiodiversidad, organizado por la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural a través del Instituto de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP).
Ruhweza es miembro del Consejo Directivo del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) y es directora en África del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), donde encabeza y supervisa un programa regional que comprende más de 10 países para impulsar un nuevo marco regulatorio y de política pública para la conservación de la naturaleza de la mano de los productores.
A través de la conferencia magistral “Sistemas de alimentos positivos para la gente y el planeta”, Ruhweza enfatizó en el papel central de la agricultura para hacer frente al cambio climático: “La agricultura es responsable del 80 % de la deforestación global, responsable del 39 % de las emisiones de gases de efecto invernadero, el 70 % del uso de agua dulce y el 70 % de la pérdida de la pérdida de biodiversidad terrestre, pero la agricultura no solo es un problema, también es una solución”, afirmó.
De acuerdo con Ruhweza , “la solución al cambio climático está en la gente, eso significa que debemos modificar la forma en la que producimos y consumimos. Necesitamos transformar nuestros sistemas agrícolas y debemos hacerlo produciendo, en las mismas tierras que están disponibles actualmente, suficientes alimentos para una población que crece, reduciendo al mismo tiempo el nivel de emisiones provenientes de la agricultura”.
“Hay tres cosas que podemos hacer: proteger los hábitats naturales que quedan de su conversión a la agricultura; manejar las tierras agrícolas de forma sustentable; y restaurar los suelos degradados. Para acelerar esta transición necesitamos investigación, por eso en WWF trabajamos con el CIMMYT; también necesitamos trabajar con la sociedad civil, con los gobiernos, las empresas, las instituciones financieras. Las alianzas son muy importantes y MasAgro —hoy Cultivos para México— es un gran ejemplo de plataformas que articulan los esfuerzos de todos los sectores”, aseveró la directora regional de WWF, quien además comentó que se tiene el propósito de llevar este modelo desarrollado en México a África.
Al respecto, Bram Govaerts, director general del CIMMYT, comentó que “Cultivos para México, referido por Alice Ruhweza como una forma de trabajar y coexistir, es una iniciativa que nos ha brindado muchos aprendizajes, particularmente en la forma de colaborar entre los distintos actores involucrados, por eso estamos muy orgullosos de que, con el apoyo del gobierno de los Estados Unidos y el interés de varios países de África, este modelo de innovación agrícola mexicano este siendo solicitado en otras latitudes”.
Cultivos para México es una iniciativa de la Secretaría de Agricultura que cuenta con el respaldo científico del CIMMYT y el apoyo de organizaciones como el INIFAP, la cual ha impactado en más de un millón de hectáreas y más de 300 mil productores que han adoptado prácticas agrícolas sustentables. Por su relevancia, la iniciativa ha despertado el interés y ha sido replicada en distintos países de América Latina, Asia y África.
En este sentido, Govaerts recordó a la audiencia que México ha hecho muchas aportaciones al mundo, incluyendo África: “variedades resistentes al gusano cogollero, nuevas formas de trabajar la tierra, la nixtamalización —una técnica que se está adoptando en África para combatir aflatoxinas—, entre otras”, pero también que “hay muchas cosas de África, mucho conocimiento de allá, que podemos aplicar aquí en México”, como las diversas soluciones para integrar agricultura y conservación de la naturaleza referidas por Ruhweza.
De izquierda a derecha: el productor Carmelo Sánchez y los técnicos Eugenio Telles y José Luis Montero, en Candelaria, en el estado mexicano de Campeche. (Foto: Fernando Morales/CIMMYT)
De izquierda a derecha: el productor Carmelo Sánchez y los técnicos Eugenio Telles y José Luis Montero, en Candelaria, en el estado mexicano de Campeche. (Foto: Fernando Morales/CIMMYT)
El extensionismo rural hace referencia, en general, al proceso mediante el cual los nuevos conocimientos en agricultura —surgidos principalmente de centros de investigación y universidades— se hacen extensivos o se acercan a los agricultores.
Desde hace más de una década se creó el Foro Global para los Servicios de Asesoría Rural (GFRAS, por sus siglas en inglés) para desarrollar una red de profesionales especializados en la transferencia de esos conocimientos a los productores y familias agricultoras de todo el mundo. Antes de 2020, sin embargo, América del Norte —México, Estados Unidos y Canadá— no era miembro formal de dicha red global.
Tras consultas con los gobiernos y diversas instituciones de los tres países, en 2020 se creó la Red de Asesoría Agrícola de América del Norte (NAAAN, por sus siglas en inglés), la más reciente de las redes regionales del GFRAS en cuyo comité directivo se encuentran líderes agrícolas de toda la región, incluidos, ex officio, los titulares de las secretarías o ministerios de agricultura de los tres países de la región.
La NAAAN busca intensificar el debate sobre el extensionismo agrícola y, a su vez, proporcionar una plataforma de colaboración entre los tres países para compartir conocimientos e información sobre programas y prácticas de extensión agrícola. Entre los temas prioritarios para la creación de redes compartidas, la investigación y el intercambio de esta nueva red regional se encuentra la biodefensa y bioseguridad, la salud del suelo y gestión del agua, y la capacitación.
Uno de los primeros pasos para propiciar la creación de redes entre las partes interesadas en América del Norte —y con sus homólogos en todo el mundo— fue un ejercicio de mapeo sobre el contexto histórico y actual del extensionismo en los tres países a fin de desarrollar información de referencia para las actividades de la NAAAN.
Derivado de ese estudio, recientemente se publicó el documento ‘Alimentar a América del Norte a través de la extensión agrícola: un informe de la Red de Asesoramiento Agrícola de América del Norte (NAAAN)’, el cual incluye la historia del extensionismo en la región e información obtenida mediante una encuesta aplicada en 2021 a más de 500 participantes en Canadá, México y los Estados Unidos.
El capítulo dedicado a México, que destaca el extensionismo desarrollado a través de Cultivos para México, una iniciativa de la Secretaría de Agricultura y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), está integrado con colaboraciones de especialistas de la dependencia federal y el centro de investigación en mención, el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), el Colegio de Posgraduados (COLPOS), el Instituto Nacional para el Desarrollo de Capacidades del Sector Rural, el Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste y otras instituciones.
El informe brinda el panorama del extensionismo en cada país de la región, sus marcos institucionales, orígenes históricos, fuentes de financiación, entre otros aspectos. Además, permite contrastar los distintos enfoques de extensión agrícola y visualizar los retos comunes de la región a la hora de prestar servicios de extensión. El informe puede leerse completo en español en: https://naaan.csusystem.edu
Cultivo de trigo en agricultura de conservación. (Foto: Fernando Morales/CIMMYT)
Cultivo de trigo en agricultura de conservación. (Foto: Fernando Morales/CIMMYT)
Se entiende por agricultura de conservación al sistema de producción basado en tres componentes básicos: mínima labranza, cobertura permanente del suelo y diversificación de cultivos. En el Valle del Yaqui, en Sonora, México, este sistema es evaluado para brindar a los agricultores de la zona las mejores recomendaciones para su implementación y adopción, dados los amplios beneficios que ofrece.
En la plataforma Cajeme II, por ejemplo, investigadores del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) comparan la práctica convencional de la región con el tratamiento que incluye los tres componentes de agricultura de conservación.
“Reducir la intensidad de la labranza puede reducir los costos de producción por la disminución en operaciones y puede ayudar a conservar el suelo. Para conocer el efecto de la reducción de la labranza, en la plataforma se compara la siembra de trigo en monocultivo bajo labranza convencional y en camas permanentes. La labranza convencional en la región consiste en dos pasos de rastra y la formación de camas, mientras que las camas permanentes se forman en el año inicial del ensayo y después cada año solo se hace una reformación de los fondos, sembrándose directamente en las camas del año anterior”, comenta Nele Verhulst, investigadora del CIMMYT.
De acuerdo con los investigadores, en la plataforma el trigo en camas permanentes tuvo mayor rendimiento que en camas con labranza convencional. En promedio, con cuatro riegos de auxilio, se obtuvo un rendimiento de 7,3 toneladas por hectárea con labranza convencional, mientras que el promedio en camas permanentes fue de 8,1 toneladas por hectárea, una diferencia promedio de 0,8 toneladas por hectárea a favor de la siembra en camas permanentes.
De acuerdo con Manuel Ruiz, otro de los investigadores que trabaja en la plataforma, “cuando se siembra en camas permanentes es mejor dejar el rastrojo sobre la superficie que removerlo, ya que el rastrojo impide la evaporación del agua, protege al suelo contra el sol y la lluvia, reduce el crecimiento de malezas y aporta materia orgánica”, por esto, continúa, “para sacar el mejor provecho de las camas permanentes se recomienda dejar el rastrojo sobre la superficie; pero incluso sin cobertura las camas permanentes rindieron en los primeros seis años del ensayo igual o más que con labranza convencional”.
El trigo es un cultivo que gracias al amacollamiento puede dar rendimientos similares sin ser afectados por la diversidad de arreglos topológicos —distribución de las plantas en la superficie sembrada— y densidades de siembra —cantidad de semillas que se depositan por hectárea—. En este sentido, en camas permanentes con rastrojo no se observó diferencia en el rendimiento entre el tratamiento con dos hileras y el tratamiento con tres hileras.
En promedio, se obtuvo un rendimiento de 7,3 toneladas por hectárea con el sistema convencional, mientras que el sistema de agricultura de conservación rindió en promedio 8.6 toneladas por hectárea. La agricultura de conservación entonces rindió en promedio 1,3 toneladas por hectárea más que el sistema convencional.
Parcela del productor Ramón Guerrero, en el municipio de Cueramaro, en Guanajuato, México. (Foto: Felipe Juárez)
Parcela del productor Ramón Guerrero, en el municipio de Cueramaro, en Guanajuato, México. (Foto: Felipe Juárez)
“Con este tipo de agricultura ahora puedo pasar la Navidad y otras fiestas con la familia, porque antes solo me pasaba preparando la tierra, sembrando o regando junto con mi papá y nos perdíamos de estar reunidos”, comenta Ernesto Guerrero, productor de maíz y cebada de Cueramaro, en Guanajuato, México, a partir de haber adoptado la agricultura de conservación como sistema de producción.
La decisión de Ernesto de optar por un sistema de producción sustentable estuvo motivada por su padre, Ramón Guerrero, de quien recuerda que antes de morir tenía la inquietud de sembrar la cebada con agricultura de conservación porque veía como otros agricultores en la región sembraban sin preparar la tierra y, sin embargo, lograban buenas cosechas y con solo dos riegos.
Actualmente, Ernesto participa en el proyecto Cultivando un México Mejor —de HEINEKEN México y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT)— mediante el cual ha accedido a capacitaciones sobre agricultura de conservación, un sistema que tiene a la mínima labranza, la cobertura del suelo con residuos de la cosecha anterior y la diversificación de cultivos como sus componentes básicos.
Durante las capacitaciones, comenta Ernesto, se dio cuenta de que sí podía establecer el sistema dadas las condiciones de sus parcelas —cuenta con buen drenaje, siembra en surcos de menos de 200 metros de largo, hay un desagüe, no está desnivelada, etcétera— y ahora estas se ven diferentes a las de otros productores a su alrededor: “a grandes rasgos veo que el suelo guarda más humedad por el aspecto del cultivo y está menos compactado que el de los vecinos”, cuenta.
En pruebas realizadas junto con los especialistas que le brindan acompañamiento técnico como parte del proyecto, “la diferencia de dureza entre donde se aplicó agricultura de conservación y donde no fue de 50 a 100 psi(unidad de medida de la resistencia a la tracción), esto implica que este suelo, donde se implementa el sistema sustentable, ha mejorado su estructura y ahora puede aprovechar mucho mejor el agua de lluvia y guardarla para las plantas, lo que también se traduce en riegos más rápidos y menos gasto de agua en comparación con la agricultura convencional”.
A diferencia de la agricultura convencional que implica el uso de muchos insumos —varios de los cuales disminuyen su efectividad con el paso del tiempo—, la agricultura de conservación permite disminuir la demanda de estos, reduciendo los costos de producción y otimizando los recursos y el tiempo destinado a las labores del campo.
Por sus beneficios económicos y para la salud del suelo, Ernesto sigue las recomendaciones de los técnicos de Cultivando un México Mejor, que incluyen dejar la paja o rastrojo sobre la superficie de la parcela, evitar mover el suelo (solo remarca los surcos), cuidar que la parcela no se encharque y aplicar la nutrición necesaria para el cultivo establecido de acuerdo con en el análisis de suelo.
Productores bolivianos en vivero destinado a la reproducción de especies nativas para su uso como barreras vivas. (Foto: Francisco Alarcón/CIMMYT)
Productores bolivianos en vivero destinado a la reproducción de especies nativas para su uso como barreras vivas. (Foto: Francisco Alarcón/CIMMYT)
A 3 653 metros sobre el nivel del mar, en la región altiplánica de la cordillera de los Andes, se encuentra una costra de sal tan extensa (más de 10 mil kilómetros cuadrados) y llana que el cielo mismo se refleja en ella. Conocido también como “el espejo del mundo”, el Salar de Uyuni, en Bolivia, es el mayor desierto de sal del planeta, posiblemente la mayor reserva de litio a nivel global y una maravilla geológica y natural excepcional.
Al norte, a más de cinco mil kilómetros de ahí, otro paisaje yermo se extiende con una inusual y desértica belleza, con páramos que han sido comparados con paisajes lunares o de Marte y que constituyen la base de un geoturismo único que permite comprender los procesos que modelan la superficie terrestre. Se trata de la Mixteca Alta oaxaqueña, en México, otro sitio excepcional.
Más allá de sus paisajes desérticos, de sus características geológicas únicas y de su potencial turístico y para la producción de recursos o energía, ¿qué tienen en común estos dos sitios tan distantes uno del otro?
Desafortunadamente, es la degradación de los suelos y la prevalencia de prácticas agrícolas inadecuadas las que conectan a estos dos lugares emblemáticos: en Bolivia, la blancura del salar, que atrae a miles de turistas cada año, está siendo oscurecida por el suelo que el viento arrastra de los sitios agrícolas cercanos. Los exóticos paisajes de la Mixteca, por su parte (que en algún momento albergaron bosques), fueron forjados a fuerza de un mal uso de la tierra por generaciones.
Además del tema relacionado con el paisaje, muchas familias productoras de las zonas áridas del altiplano boliviano y de la mixteca oaxaqueña siguen teniendo dificultades para obtener una producción suficiente para subsistir. Los suelos degradados y la poca disponibilidad de agua son dos de los principales obstáculos que, por si fuera poco, se tornan aún más graves debido a los efectos del cambio climático.
Para aumentar de manera sostenible la producción y mejorar la resiliencia climática de las comunidades de agricultores de pequeña escala y sus sistemas de producción en estas dos regiones de Bolivia y México, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) y diversos colaboradores en ambos países, impulsan el proyecto CLCA.
CLCA (Uso de la Agricultura de Conservación en sistemas agropecuarios en zonas áridas para mejorar la eficiencia en el uso de agua, la fertilidad del suelo y la productividad en países del norte de África y Latinoamérica) inició operaciones en 2018 y, desde entonces, impulsa acciones específicas y adaptadas para cada contexto particular, aunque con un objetivo común: mejorar las condiciones de los agricultores locales.
En Bolivia, por ejemplo, el proyecto incluye la capacitación para redoblar esfuerzos en la identificación e implementación de barreras vivas, es decir, cultivos que actúan como obstáculos físicos para reducir el efecto erosivo del viento, particularmente en zonas donde el cultivo intensivo de la quinoa empobreció drásticamente los suelos.
“El CIMMYT nos ha permitido mejorar la experiencia sobre barreras vivas y hemos ampliado nuestro trabajo de capacitación, también nos ha ayudado a multiplicar más plantas de especies nativas (aptas para establecerse como barreras vivas) y hemos enseñado a los agricultores sobre este tema en comunidades fundamentalmente cercanas a Uyuni”, comenta Genaro Aroni, agrónomo de la Fundación PROINCA que colabora para el proyecto CLCA.
“La necesidad es tremendamente inmensa, son más de 100 comunidades que han cultivado quinoa y nosotros estamos trabajando solo con algunas, pero es una experiencia muy, muy importante, riquísima por los conocimientos y el manejo que se ha hecho con especies nativas porque nos permite ofrecer una perspectiva de cómo se puede solucionar el problema medioambiental en en el altiplano sur y abre la posibilidad de que, con el tiempo, podamos recuperar estos ecosistemas”, comenta Aroni.
Tanto en Bolivia como en México el proyecto también contempla acciones para mejorar los sistemas agrícola-ganaderos característicos de cada región. En el país sudamericano suelen ser las llamas y, en la mixteca oaxaqueña, destaca el ganado ovino y caprino. En este sentido se desarrollan diversas investigaciones.Por ejemplo, en la plataforma de investigación de Santo Domingo Yanhuitlán, en Oaxaca, investigadores del CIMMYT y del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) evalúan diferentes especies forrajeras para identificar con cuáles se produce forraje de mejor calidad para el ganado.
Separadas por más de cinco mil kilómetros, pero unidas por un fin común, el altiplano boliviano y la mixteca oaxaqueña están permitiendo sentar las bases para implementar acciones que permitan mejorar la eficiencia en el uso de agua, la fertilidad del suelo y la productividad en zonas áridas donde, día a día, cientos de familias productoras buscan su alimento y su sustento.
El productor Emiliano Melchor, de Oaxaca, México, mostrando su parcela en la que ha diversificado cultivos para mejorar la actividad biológica y la rentabilidad de su sistema, evitando así la deforestación del bosque. (Foto: Fernando Morales/CIMMYT)
El productor Emiliano Melchor, de Oaxaca, México, mostrando su parcela en la que ha diversificado cultivos para mejorar la actividad biológica y la rentabilidad de su sistema, evitando así la deforestación del bosque. (Foto: Fernando Morales/CIMMYT)
En la producción actual de alimentos prevalece un alto uso de insumos —como fertilizantes, pesticidas, energía, tierra y agua— y prácticas insostenibles —como el monocultivo, la labranza intensiva y la deforestación— que contribuyen a incrementar el riesgo de extinción de especies nativas, al deterioro de las especies de plantas cultivadas, al calentamiento global y a la pérdida y contaminación de suelo y agua. Además, favorecen dietas poco diversas e ingresos menos estables.
En la agricultura se produce una gran cantidad de desechos, lo que da como resultado que se desperdicie más de un tercio de los alimentos producidos a nivel global. También suelen desaprovecharse los residuos de cultivos y otros recursos que pueden reciclarse en lugar de desperdiciarse. Una agricultura más respetuosa de la naturaleza incluye la adopción de prácticas que protegen, gestionan, restauran la naturaleza y reciclan los nutrientes. Este tipo de agricultura puede apoyar una producción de alimentos más sostenible y brindar servicios ecosistémicos.
Soluciones Positivas para la Naturaleza es una iniciativa que busca, precisamente, promover una agricultura basada en la gestión y protección del medioambiente y la agrobiodiversidad para que, desde una perspectiva regenerativa, no agote ni destruya los recursos naturales.Su orientación es implementar sistemas agroalimentarios que brinden alimentos y bienestar y, al mismo tiempo,hacer de la agricultura un elemento que contribuya a permanecer dentro de los límites planetarios.
La iniciativa, impulsada por el CGIAR —alianza global que agrupa a centros de investigación de todo el mundo—, incluye a Colombia, Burkina Faso, India, Kenia y Vietnam, donde tienen presencia el Centro Internacional de la Papa (CIP), la Alianza de Bioversity International y el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT-Bioversity), el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), el Instituto Internacional del Manejo del Agua (IWMI), y el Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (IFPRI).
En el marco de esta iniciativa, el pasado 21 y 22 de septiembre se realizó, en Palmira Colombia, un taller de planeación para discutir un marco común, definir sitios específicos de trabajo y metas factibles para la iniciativa e identificar vínculos potenciales con actores clave. En este taller se contó con la participación de organizaciones como Agrosavia, el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt de Colombia, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS), FORESTPA, CORPOAMAZONIA, Refocosta, entre otras.
La iniciativa contempla cinco paquetes de trabajo que responden a la estrategia de investigación e intervención: conservación in situ y ex situ de la agrobiodiversidad, manejo sustentable de los recursos naturales (agrobiodiversidad, agua, suelo), restauración del suelo, reciclaje y manejo de los residuos, y fomento de un ambiente político y socioeconómico para la promoción de las soluciones positivas para la naturaleza desde una perspectiva de inclusión social.
A través de Cultivos para México —iniciativa de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural y el CIMMYT—, el CIMMYT ha acumulado experiencia en el uso de tecnologías y prácticas sustentables en diferentes regiones agroecológicas y con diferentes tipos de productores —como el uso de la diversificación de cultivos, cero labranza, feromonas para el control de plagas, uso de tecnologías herméticas para la conservación de granos, compostaje para un manejo menos intensivo y amigable con el planeta—, de manera que a través de Soluciones Positivas para la Naturaleza se busca llevar esta experiencia a Colombia en colaboración con los centros del CGIAR y las instituciones públicas y privadas de ese país.