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Heladas, cebada y agricultura de conservación

Plantas dañadas por heladas en la plataforma Irapuato I, Guanajuato, 6 de enero de 2020. (Foto: CIMMYT)
Plantas dañadas por heladas en la plataforma Irapuato I, Guanajuato, 6 de enero de 2020. (Foto: CIMMYT)

El Bajío es una de las principales regiones productoras de granos de México, la mayoría de los agricultores con acceso a riego siembran maíz durante el ciclo primavera-verano (mayo-diciembre), y cereales de granos pequeños (trigo o cebada) en el ciclo otoño-invierno (diciembre-mayo). En la región, las bajas temperaturas ocurren regularmente durante la temporada de crecimiento invernal y pueden ocurrir heladas, aunque son poco frecuentes y no ocurren todos los años.

Si bien las bajas temperaturas son necesarias para que el trigo y la cebada induzcan el macollamiento y por lo tanto obtengan altos rendimientos, junto con las heladas también pueden causar daños a las plantas, lo que puede tener un impacto en el rendimiento.

En ciclos pasados, agricultores de esta región informaron que durante la temporada otoño-invierno hubo un aumento de los daños por heladas en la cebada sembrada con agricultura de conservación —sistema que permite reducir costos de producción, el uso del agua y las emisiones de gases de efecto invernadero, así como mejorar los rendimientos y la salud del suelo—.

Para determinar si este efecto es real y si redujo el rendimiento de los cultivos con agricultura de conservación, un grupo de especialistas del CIMMYT desarrolló dos experimentos de campo y recopilaron datos de observación de otros experimentos y parcelas de agricultores. “A fin de evaluar si niveles más altos de residuos conducen a mayores daños por heladas en cereales de grano pequeño en el Bajío, realizamos tres experimentos: el primero en San Juan del Río, Querétaro; el segundo en Metepec, Estado de México; y se analizaron datos de otros experimentos realizados en parcelas de agricultores del Bajío y del noroeste del Pacífico”, comentan los especialistas.

El primer experimento se realizó en la plataforma de investigación San Juan del Río III, que está en una región donde suelen ocurrir heladas durante la temporada invernal. El objetivo de este experimento fue responder dos preguntas de investigación: ¿El rendimiento de la cebada es menor con la labranza reducida?, y, ¿el rendimiento es menor cuando se dejan residuos en el campo al utilizar labranza reducida?

“Para estudiar el efecto de los residuos sobre el daño por heladas instalamos una prueba de campo en la Estación Experimental Sanjaya Rajaram en Metepec, Estado de México. La estación está situada a 2 600 metros sobre el nivel del mar y es muy probable que se produzcan heladas en cada temporada de invierno. Con la evaluación en esta estación buscamos responder si el daño por heladas es mayor con una labranza reducida, si el daño por heladas es mayor cuando se dejan residuos en el campo cultivando con labranza reducida, y si pueden reducir los daños por heladas induciendo tolerancia al estrés mediante la aplicación de ácido salicílico (aspirina)”, puntualizan los investigadores.

Adicionalmente a estos dos experimentos en campo, se hizo un análisis de datos surgidos en módulos y plataformas de investigación distribuidos por todo el país —las cuales forman parte de la red de innovación que impulsa el CIMMYT— y, para obtener una mejor idea de las realidades de los daños por heladas con relación al manejo de residuos, también se encuestó a los colaboradores de estos espacios.

Al revisarse los datos de 235 módulos de innovación que compararon la labranza convencional y la agricultura de conservación con el trigo o la cebada cultivados durante la temporada de invierno, se observó que los rendimientos promedio fueron mayores con agricultura de conservación, sin que hubiera indicios de un menor rendimiento con este sistema de producción sustentable. En general, “se observa que los beneficios de la agricultura de conservación en términos de mayor salud del suelo, mayor retención de agua y reducción de los costos de producción superan el riesgo de mayores daños por heladas, por lo que el riesgo de daños por heladas no debería ser un impedimento para la implementación de la agricultura de conservación”, enfatizan los investigadores.

En las plataformas de investigación los resultados también demuestran la pertinencia de la agricultura de conservación pues, aunque las bajas temperaturas generaron mayores daños visibles en los tratamientos con este sistema, las plantas se recuperaron rápidamente. Al final, el rendimiento no se vio afectado ya que los tratamientos con agricultura de conservación obtuvieron rendimientos ligeramente más altos.

Desarrollo del cultivo al 21 de marzo de 2018 (77 DDS), camas permanentes con 100% rastrojo (izquierda) y tratamiento de labranza convencional (derecha). (Foto: CIMMYT)
Desarrollo del cultivo al 21 de marzo de 2018 (77 DDS), camas permanentes con 100% rastrojo (izquierda) y tratamiento de labranza convencional (derecha). (Foto: CIMMYT)

En general, “el trigo y la cebada con agricultura de conservación pueden presentar más síntomas de daño por heladas cuando las heladas ocurren durante la etapa de macollamiento, sin embargo, esto no tiene ningún efecto sobre el rendimiento. Por el contrario, el rendimiento tiende a ser mayor con agricultura de conservación. Es probable que las plantas en la etapa de macollamiento puedan reemplazar rápidamente las hojas y los macollos dañados, y el estrés por frío puede incluso inducir un macollamiento adicional, lo que puede conducir a más grano más adelante”, explican.

En conclusión, la agricultura de conservación tiene muchos beneficios comprobados para la producción de granos en el Bajío, como una mejor salud del suelo, una mayor eficiencia del riego, menores costos de producción, menores emisiones de gases de efecto invernadero y estos beneficios compensan los efectos negativos de las heladas que pueden ocurrir en la región. Si bien pueden ocurrir mayores daños cuando ocurren heladas durante la etapa de macollamiento, esto no afecta el rendimiento y no debe considerarse una razón para no implementar la agricultura de conservación.

Puedes consultar el artículo completo en: https://doi.org/10.31220/agriRxiv.2023.00211 

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Soluciones ambientales desde la agricultura

Técnicos de Agriba Sustentable durante asesoría a productores. (Foto: CIMMYT)
Técnicos de Agriba Sustentable durante asesoría a productores. (Foto: CIMMYT)

En un contexto de cambio climático, donde la preservación de los recursos naturales se posiciona como tarea fundamental para garantizar la alimentación de la humanidad, la agricultura brinda la oportunidad de generar un impacto positivo en el medioambiente del que dependemos todos. Aunque es cierto que el sector agrícola ha contribuido a las emisiones de gases de efecto invernadero, este hecho también constituye una ocasión valiosa para implementar cambios significativos y sostenibles.

De acuerdo con el Informe sobre la Brecha de Emisiones 2022 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la transformación en todos los sectores y a todos los niveles puede conducir a una reducción significativa de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) para 2030. Consolidar sistemas productivos sustentables es, en ese sentido, una tarea clave para todas las sociedades.

“En las parcelas involucradas en el proyecto las emisiones de CO2 fueron 17,7 % menores. Estas parcelas emitieron 2,32 toneladas por hectárea (t/ha), mientras que las del testigo regional (con prácticas convencionales) fueron de 2,82 t/ha”, señala el equipo técnico de Agriba Sustentable, proyecto a través del cual PepsiCo México, Grupo Trimex y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) están impulsando en el Bajío mexicano la transición hacia una agricultura sustentable, productiva y resiliente.

El pilar de las prácticas sustentables promovidas por el proyecto es la agricultura de conservación. Con este sistema los residuos agrícolas, o rastrojos, son aprovechados en lugar de ser quemados, evitando así la contaminación por quemas agrícolas y favoreciendo la captura de carbono debido al aumento de la materia orgánica. También se minimiza la labranza y de esta manera se ayuda a que el suelo recupere importantes funciones ecosistémicas —como la regulación del clima y la continuidad del ciclo del agua gracias a que mejora la infiltración—, reduciendo además el número de pasos de maquinaria, lo que significa un menor uso de combustibles fósiles y, en consecuencia, menos emisiones de GEI.

Adicionalmente, los técnicos del proyecto promueven análisis de suelos, prácticas de fertilidad integral y el uso de sensores ópticos para optimizar la fertilización nitrogenada. Esto es muy relevante porque si bien el nitrógeno es esencial para las plantas, una importante cantidad de este nutriente se pierde por escurrimientos, erosión o volatilización, potenciando el riesgo de contaminación ambiental, sobre todo de cuerpos de agua. De hecho, se estima que en México y otros países en desarrollo las pérdidas promedio de nitrógeno por volatilización son de 18 %.

“El sensor GreenSeeker® es una herramienta de diagnóstico que nos permite conocer la cantidad exacta de unidades de nitrógeno requerida por el cultivo establecido. Esta práctica está siendo de gran ayuda para los productores del proyecto porque les permite reducir los costos en producción. En este ciclo, por ejemplo, han logrado reducir entre 80 y hasta 150 kilogramos de urea —una de las fuentes más habituales de nitrógeno en agricultura— por hectárea, lo que equivale un ahorro de entre $1 326 a $2 475 por cada hectárea sembrada”, señala el equipo técnico de Agriba.

Por sus beneficios económicos y ambientales, las prácticas promovidas por Agriba Sustentable contribuyen a que el campo mexicano transite hacia esquemas de abasto responsable y producción sostenible, haciendo que la agricultura pase de ser un problema a una solución ante los retos derivados del cambio climático y las coyunturas socioeconómicas que impactan a los sistemas agroalimentarios en todo el mundo.

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Más de tres décadas de agricultura de conservación

Ensayo D5 muestra las diferencias entre agricultura de conservación (izquierda) y labranza convencional (derecha), luego de más de 30 años. (Foto: Francisco Alarcón / CIMMYT)
Ensayo D5 muestra las diferencias entre agricultura de conservación (izquierda) y labranza convencional (derecha), luego de más de 30 años. (Foto: Francisco Alarcón / CIMMYT)

De acuerdo con el Estado de los recursos de tierras y aguas del mundo para la alimentación y la agricultura (FAO, 2021), la degradación del suelo inducida por el ser humano afecta al 34 % de las tierras agrícolas en el mundo. Por esta razón, diversos acuerdos internacionales ―como el tratado de París sobre el cambio climático y el calentamiento global― han establecido que es necesario incrementar la materia orgánica de los suelos a fin de asegurar la producción de alimentos para la población mundial actual y en el futuro.

Por décadas, los suelos de los Valles Altos de México se han preparado para la siembra con barbecho y pasos de rastra. Este movimiento continuo destruye la estructura del suelo, diluye la materia orgánica y acelera su oxidación, incrementa el escurrimiento y favorece la compactación.

Además, prevalece la práctica de retirar los rastrojos para usarlos como forraje. En muchos casos, persiste el libre pastoreo después de la cosecha, lo cual reduce la cantidad de residuos de los cultivos que se reincorpora al suelo. Esta forma de producción agrícola, al practicarse de forma sistemática por años, desgasta el potencial productivo de los suelos y reduce su fertilidad y —en consecuencia— el volumen de las cosechas.

La agricultura de conservación es un sistema que permite acumular materia orgánica en el suelo, así como reducir la erosión eólica e hídrica —al proteger la superficie del terreno—. Estos y otros efectos de la agricultura de conservación son documentados en parcelas experimentales como las que el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) monitorea en su sede global en Texcoco, Estado de México.

“Este es el ensayo a largo plazo D5. Tiene más de 30 años de operación aquí en el CIMMYT y nos permite ver la diferencia entre la labranza convencional —en la que se siembra maíz cada año y se remueve todo el rastrojo para usarlo como forraje— y la agricultura de conservación —donde se rota maíz con trigo, no se hace labranza y se deja todo el rastrojo en la superficie—”, comenta Nele Verhulst, líder de investigación en sistemas de cultivos para América Latina del CIMMYT.

Las parcelas que muestra Verhulst son evidentemente diferentes. Mientras en una —donde se ha hecho la práctica convencional de la región— las plantas de maíz apenas se han desarrollado, en la otra —donde se ha trabajado agricultura de conservación por más de tres décadas— las plantas han crecido notablemente mejor.

La doctora Nele Verhulst muestra el ensayo D5, donde son visibles las diferencias luego de 30 años de agricultura de conservación (izquierda) y labranza convencional (derecha). (Foto: Francisco Alarcón / CIMMYT)
La doctora Nele Verhulst muestra el ensayo D5, donde son visibles las diferencias luego de 30 años de agricultura de conservación (izquierda) y labranza convencional (derecha). (Foto: Francisco Alarcón / CIMMYT)

“Claramente vemos la diferencia. Mientras con la práctica convencional el cultivo está sufriendo mucho con la sequía, con la agricultura de conservación tenemos un desarrollo vegetativo del cultivo casi normal”.

La agricultura de conservación ha mostrado ser un sistema particularmente útil en tiempos de sequía. En momentos como el actual en que el cambio climático agudiza sus efectos, esto es de suma importancia pues permite que los agricultores logren rendimientos razonables y estables gracias a que este sistema de producción sustentable ayuda a mejorar el suelo, a infiltrar agua y hacer el sistema más resiliente.

“En este experimento estamos investigando los principios de la agricultura de conservación. En total tenemos 32 tratamientos divididos en dos grupos y dos repeticiones para asegurar que el efecto que vemos en una parcela no es solo por la parcela, si no por el tratamiento que se le está dando. Así, los tratamientos que estamos investigando tienen diferentes prácticas de labranza. Aquí específicamente estamos comparando cero labranza —agricultura de conservación— contra labranza convencional y también con una variante de la cero labranza que son las camas permanentes, donde solo se reforma el fondo entre los surcos”.

Además de este factor, en las parcelas que Verhulst muestra también se estudia el efecto del manejo de rastrojo porque en muchos sistemas de producción estos residuos de cosecha se usan como forraje, así que además de dejar todo el rastrojo como cobertura del suelo —agricultura de conservación— o incorporarlo —práctica convencional—, “tenemos algunos tratamientos intermedios donde dejamos una parte del rastrojo para ver si tenemos los mismos efectos si se deja todo o solo una parte”.

“El tercer factor que estamos investigando es la rotación de cultivos. En el caso de la práctica convencional tenemos monocultivo, luego tenemos la rotación de cultivos —que puede ser un año de maíz y luego un año con trigo— y tenemos algunas opciones más diversas que incluyen una rotación con frijol, por ejemplo, o con un cultivo forrajero como la cebada forrajera o el grasspea”.

Las parcelas experimentales que muestra la doctora Verhulst son un ejemplo de un ensayo a largo plazo útil para identificar el efecto de diversas prácticas agrícolas, pero también forman parte de una plataforma de investigación que, a su vez, está integrada a la red de plataformas de investigación del CIMMYT y sus colaboradores la cual se extiende por todo el territorio nacional y, más recientemente, a otros países de América Latina.

“Las plataformas de investigación forman parte de los Hubs, que son sistemas de innovación que estamos operando en diferentes regiones geográficas tanto en México como en Guatemala y Honduras. Ahora estamos enfocados en cómo podemos acercarnos a los productores y hacer que estas tecnologías o las prácticas que estamos desarrollando no se queden solamente en la investigación o en las estaciones experimentales y que realmente respondan a las necesidades de los productores”, concluye la doctora Verhulst.

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¿Por qué optar por prácticas innovadoras en agricultura?

Cultivo de maíz en cero labranza rotación trigo, lado izquierdo removiendo rastrojo, lado derecho con retención. (Foto: CIMMYT)
Cultivo de maíz en cero labranza rotación trigo, lado izquierdo removiendo rastrojo, lado derecho con retención. (Foto: CIMMYT)

Hace más de tres décadas (desde 1991) que en esta plataforma de investigación se evalúa el efecto del tipo de labranza, manejo de rastrojo y rotación de cultivos en condiciones de temporal. Específicamente “el sistema convencional de barbecho, monocultivo de maíz y remoción de rastrojo se compara con prácticas innovadoras como cero labranza, camas permanentes, retención de rastrojo y rotación con trigo, frijol o cebada con chícharo forrajero”, mencionan los responsables de la plataforma de investigación Texcoco I, en el estado de México.

Hacer este tipo de evaluaciones es importante en un contexto donde la adopción de prácticas agrícolas sustentables sigue siendo baja y los desafíos que el cambio climático y diversos fenómenos socioeconómicos imponen a la producción global de alimentos van en aumento.

“Con una sequía inicial en mayo, junio y la primera quincena de julio que redujo el desarrollo de los cultivos, más una granizada que dañó al maíz a mediados de julio”, señalan los investigadores, es importante identificar los sistemas de producción más resilientes, es decir, aquellos que le permitan a los agricultores locales minimizar los daños por los distintos eventos climatológicos adversos.

La agricultura convencional de la zona, basada en un movimiento continuo y excesivo del suelo, así como en la remoción de los rastrojos, ya no es una opción: en el ciclo primavera-verano los rendimientos promedio del maíz con este tipo de labranza fueron de tan solo 3.8 toneladas por hectárea (t/ha). En contraste, aquellas parcelas donde se han aplicado una o varias prácticas de agricultura de conservación, o sus combinaciones, reportaron desde las 6.2 t/ha —rotación con trigo—, hasta las 7.6 t/ha —cero labranza o camas permanentes con rotación y suficiente rastrojo en la superficie—.

Con respecto al cultivo de trigo, con labranza convencional sus rendimientos fueron menores, contrario a los rendimientos obtenidos con cero labranza, donde el rendimiento fue más alto con alguna rotación y dejando todo o de manera parcial el rastrojo. Así, “con rotación de cultivo en cero labranza, el rendimiento es menor donde se remueve el rastrojo (1.6 t/ha) que cuando se deja todo sobre la parcela (5.2 t/ha) o de manera parcial (promedio de 4.6 t/ha)”, puntualizan los investigadores.

La plataforma de investigación Texcoco I forma parte de la red de plataformas de investigación del CIMMYT y sus colaboradores, la cual es una de las redes de investigación agrícola más grandes a nivel mundial. Es impulsada por proyectos como AgriLAC Resiliente, Agriba Sustentable, Excellence in Agronomy, y otros igualmente importantes.

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Glomalina, un bioindicador del efecto de la agricultura de conservación sobre la calidad del suelo

Rastrojo de maíz como cobertura del suelo. (Foto: Francisco Alarcón / CIMMYT)
Rastrojo de maíz como cobertura del suelo. (Foto: Francisco Alarcón / CIMMYT)

La materia orgánica tiene un papel fundamental en la calidad y la salud del suelo. Los niveles de carbono, la presencia de ácidos húmicos —sustancias que resultan de la descomposición de la materia orgánica y favorecen el crecimiento de las plantas—, y la glomalina, por ejemplo, son algunos indicadores del estado de los suelos que están relacionados con la presencia de materia orgánica.

La glomalina, específicamente, es una proteína implicada en la simbiosis entre las plantas y algunos hongos benéficos. La glomalina tiene efectos positivos sobre las propiedades físicas y químicas de los suelos, ya que esta sustancia pegajosa favorece la formación de conglomerados o agregados, una etapa fundamental en la creación del suelo.

El contenido de glomalina es un bioindicador del mejoramiento en la calidad del suelo que promueve la agricultura de conservación”, señalan los investigadores responsables de la plataforma de investigación Soledad de Graciano Sánchez, en San Luis Potosí, donde colaboran el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT).

Para evaluar el efecto de la agricultura de conservación en el contenido de glomalina en el suelo, los investigadores evaluaron siete tratamientos: barbecho más rastra, rastra, multiarado, labranza cero sin rastrojos, labranza cero con 33 % de rastrojo como cobertura, labranza cero con 66 % de rastrojo como cobertura y labranza cero con la totalidad de los rastrojos como cobertura del suelo.

El efecto acumulado de 25 años continuos con agricultura de conservación permitió incrementar en un 34 % la glomalina total con respecto al barbecho más rastra —práctica convencional que prevalece en la zona—. Al incrementarse la glomalina, se mejoró la estructura del suelo y se facilitó un mejor desarrollo de la raíz del cultivo para lograr rendimientos de maíz superiores a las 10 toneladas por hectárea contra 6.5 toneladas por hectárea que se obtuvieron con el método tradicional de barbecho más rastra”, puntualizan los responsables de la plataforma.

El incremento de la glomalina como resultado de los efectos acumulados de la agricultura de conservación es relevante porque, además de lo descrito, esta proteína está asociada al almacenamiento de carbono en el suelo. De hecho, existen programas de investigación que la estudian como una opción para indicar la cantidad del elemento en programas de comercio de créditos de carbono.

La red de plataformas de investigación del CIMMYT y sus colaboradores —de la que forma parte la plataforma Soledad de Graciano Sánchez— es una de las redes de investigación agrícola más relevantes a nivel mundial. Es impulsada por proyectos como AgriLAC Resiliente, Agriba Sustentable, Excellence in Agronomy, y otros igualmente importantes.

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El Niño, la sequía y el rastrojo

Productor del Bajío muestra cómo el rastrojo ha mejorado la estructura del suelo en sus parcelas. (Foto: Francisco Alarcón / CIMMYT)
Productor del Bajío muestra cómo el rastrojo ha mejorado la estructura del suelo en sus parcelas. (Foto: Francisco Alarcón / CIMMYT)

El pasado 4 de julio la Organización Meteorológica Mundial anunciaba que “las condiciones de El Niño se han desarrollado en el Pacífico tropical por primera vez en siete años, preparando el escenario para un probable aumento de las temperaturas globales y patrones climáticos perturbadores”, declarando así el inicio de este evento que requiere de una acción temprana para salvar vidas y medios de subsistencia.

La anterior aparición de El Niño, ocurrida en 2015 y 2016, afectó a más de 60 millones de personas en cerca de 23 países, por lo que la FAO ha reiterado que es urgente que los países, particularmente de América Latina y el Caribe, adapten sus sistemas de producción agrícola a un escenario donde se exacerbarán las sequías y el riesgo de inseguridad alimentaria.

La Oscilación del Sur de El Niño (ENSO, por sus siglas en inglés), o simplemente El Niño, es un fenómeno natural de ciclo irregular (sucede cada tres o siete años) producido por la interacción entre el océano (en este caso el Pacífico de la zona ecuatorial) y la atmósfera del planeta.

El fenómeno transita de un periodo cálido (El Niño, llamado así porque inicialmente se le asoció a un fenómeno de menores dimensiones que ocurre en diciembre en Perú, donde fue relacionado con el nacimiento del Niño Jesús de la tradición católica) a uno frío (llamado La Niña, para referir el efecto opuesto), teniendo fases intermedias en este tránsito de calentamiento a enfriamiento.

El fenómeno se manifiesta de formas diferentes en el planeta debido a las condiciones climáticas propias de cada región y según la época del año en que aparezca. En México, por ejemplo, si aparece en primavera suele provocar más lluvias en la parte oeste y norte del país; en verano propicia sequía en la Península de Yucatán; en otoño genera condiciones húmedas para el noroeste y Yucatán, y condiciones secas en la parte del Golfo; sin embargo, si ocurre hacia diciembre aumenta la probabilidad de sequía para el norte del país, el Bajío, y algunas zonas del Golfo.

Actualmente, de acuerdo con el Servicio Meteorológico Nacional de México, “se espera que El Niño continúe en el hemisferio norte durante el invierno, la probabilidad es mayor al 95% de que se mantenga de diciembre de 2023 a febrero de 2024, con pronósticos de que de noviembre a enero se desarrollará un evento de El Niño fuerte”.

“La sequía que estamos viviendo ahora en gran parte de Centroamérica y en el centro y sur de México es debido al fenómeno de El Niño; en contraste, más hacia el norte, hay predicciones de que vamos a tener lluvias muy fuertes. En Estados Unidos ya ha habido inundaciones, esto muestra la diferencia del efecto del fenómeno que hacia el sur se manifiesta con sequía y en el norte puede haber exceso agua. La predicción, además, es que estos extremos pueden ser cada vez más comunes en los años que vienen debido al cambio climático”, menciona Nele Verhulst, líder de investigación en sistemas de cultivos para América Latina del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT).

Frente a un conjunto de parcelas experimentales en el Batán, en Texcoco, Estado de México, la doctora Verhulst señala dos de ellas que contrastan notablemente. Mientras en una el cultivo de maíz se ha desarrollado favorablemente, en la otra las plantas lucen raquíticas: “Aquí tenemos una comparación muy clara entre la labranza convencional que incluye rastra y remoción del rastrojo ya por más de 30 años en un monocultivo de maíz, y la agricultura de conservación, donde vemos cero labranza y estamos dejando todo el rastrojo de dos cultivos, porque corresponde a una rotación de maíz y trigo”, puntualiza Verhulst.

“Con la sequía que hemos vivido en los últimos dos meses tenemos muy claras estas diferencias que podemos apreciar entre estos dos tratamientos. En junio solo cayó una tercera parte de la precipitación normal, entonces esto lo vemos muy claramente reflejado, que la práctica convencional de esta zona ha propiciado un suelo degradado que no tiene buena estructura y no permite una buena infiltración de agua, aún cuando llueve y, claro, con la poca precipitación que tuvimos notamos que el desarrollo del cultivo está muy afectado, quedándose en estado vegetativo con plantas muy pequeñas las cuales es muy poco probable que alcancen a producir alguna mazorca”.

Por otro lado, con la “agricultura de conservación estamos infiltrando mucho más el agua de lluvia y esto es porque tenemos esta capa de rastrojo que está protegiendo el suelo. Además de mejorar la estructura del suelo, se favorece la formación de agregados que son importantes para que el agua pueda infiltrarse. Es por eso que vemos un desarrollo vegetativo casi normal y ahorita ya están saliendo las espigas del maíz y va a entrar a floración para empezar a producir mazorcas”, menciona Verhulst.

“Esto significa que los productores que están haciendo labranza convencional en esta zona, este año van a tener un resultado similar a lo que estamos viendo aquí en el ensayo, entonces habrá muy poca producción debido a las prácticas convencionales que están utilizando y a la sequía propiciada por El Niño, mientras que los productores que están haciendo agricultura de conservación sí van a tener una producción, quizá un poco menor que en otros años cuando llueve bien, pero sí van a poder lograr producir”.

Ante un panorama donde “existe un grave riesgo de que estas condiciones climáticas extremas empujen a millones de personas a la pobreza y a la inseguridad alimentaria aguda en las partes más vulnerables del mundo”, el CIMMYT y sus colaboradores están haciendo un esfuerzo sistematizado para aprender y difundir experiencias, prácticas y tecnologías que, como la agricultura de conservación, ofrecen soluciones probadas para que los agricultores hagan frente a los desafíos impuestos por El Niño en particular, y el cambio climático en general.

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Mejores milpas sin quemas agrícolas

Tratamiento con rastrojo como cobertura en comparación con quema agrícola. (Foto: Castillo, Vilchis, Santos, Balam, Couoh, Itzá, Escalante)
Tratamiento con rastrojo como cobertura en comparación con quema agrícola. (Foto: Castillo, Vilchis, Santos, Balam, Couoh, Itzá, Escalante)

La roza, tumba y quema es un sistema de cultivo “nómada” que consiste en alternar el uso intensivo de un terreno con periodos de descanso (cada vez menores). Este sistema se da principalmente en el sistema milpa y en regiones como la Península de Yucatán sigue siendo común. Generalmente se empieza tirando la vegetación (incluyendo árboles) para dejar que se seque. Le sigue la tumba y después la quema.

Muchos productores que aún queman consideran que el fuego tiene un efecto positivo: algunos siguen quemando porque creen que así se controlarán las malezas —aunque en realidad muchas especies de malezas se hacen resistentes al fuego—, otros queman porque consideran que es la forma más rápida y económica de preparar el suelo y otros más lo hacen simplemente porque es la forma de trabajar la tierra que aprendieron.

“Nosotros trabajamos como nos enseñaron los abuelos, pero eran tiempos diferentes, las lluvias y las tierras eran diferentes, se lograba la cosecha. Ahora con las sequías que hay tenemos dificultades para sacar la cosecha y lo que hoy vimos en esta plataforma de investigación nos ayudará a mejorar la milpa”, fueron las palabras de uno de los productores que asistieron al recorrido por una de las plataformas de investigación de donde colaboran la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT).

La roza, tumba y quema es un método actualmente asociado a la deforestación, a la pérdida de biodiversidad y a los incendios forestales. No obstante, también es un método que se ha transformado profundamente con el tiempo, de manera que los periodos de descanso para que los suelos se regeneren y las medidas cautelares para evitar que el fuego se salga de control que estaban asociados originalmente a la práctica han quedado, muchas veces, en el olvido.

Uno de los principales problemas asociados con las continuas quemas agrícolas es la pérdida de la fertilidady de las funciones ecosistémicas del suelo. Para muchas familias de la Península de Yucatán estos efectos se reflejan en la baja produción de los cultivos. Además, existen otros factores que actualmente están afectando el buen funcionamiento de la milpa y por eso es importante evaluar opciones para mejorar su productividad y sostenibilidad.

Así, en la plataforma de investigación de Peto, en Yucatán (donde colaboran investigadores de la UADY y el CIMMYT) se evaluaron los efectos que las quemas agrícolas tienen sobre el rendimiento del maíz, comparándolos con los efectos de la cobertura del suelo con los rastrojos, es decir, aprovechando los residuos de la cosecha anterior que regularmente son objeto de las quemas agrícolas.

Los ocho tratamientos considerados para el experiemento, que inició desde el año 2017, incluyen rotaciones con maíz y mucuna; así como maíz, ibes —una variedad de frijol muy característico de la Península— y calaza, con distintos arreglos topológicos.

De acuerdo con los investigadores responsables de la plataforma de investigación, los factores evaluados hasta el año 2022 (efecto del manejo de rastrojo, tipo de cobertura y arreglo topológico) han presentado, en general, resultados similares en el rendimiento del grano de maíz debido a que las prácticas de agricultura de conservación implementadas (como dejar el rastrojo como cobertura del suelo) se manifiestan en el mediano y largo plazo, por lo que continúan con las investigaciones en la plataforma.

Por supuesto, independientemente de los rendimientos, otros beneficios derivados de la implementación de prácticas sustentables como dejar el rastrojo en lugar de quemarlo son notorios, incluso a simple vista: un mejor desarrollo de las plantas, una mejor calidad del suelo (ya que el rastrojo sobre la superficie del suelo le brinda materia orgánica y protección contra la erosión) y, muy importante para los productores: ahorros significativos en los costos de producción.

Si a estos beneficios por dejar de quemar el rastrojo se suma el hecho de que las prácticas sustentables contribuyen a que el mismo espacio sea más eficiente (con una mejor distribución de las plantas y cultivos diversos), entonces la agricultura sustentable se reafirma como una opción viable y pertinente para revitalizar la milpa, conservando su herencia de cultivo y evitando que se sigan liberando gases de efecto invernadero por las quemas agrícolas que solo degradan los suelos.

La red de plataformas de investigación del CIMMYT y sus colaboradores es una de las redes de investigación agrícola más relevantes a nivel mundial. Es impulsada por proyectos como AgriLAC Resiliente, Agriba Sustentable, Excellence in Agronomy, y otros igualmente importantes.

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En Sinaloa el rastrojo vale

Productor de Sinaloa muestra el rastrojo de su parcela. (Foto: Francisco Alarcón / CIMMYT)
Productor de Sinaloa muestra el rastrojo de su parcela. (Foto: Francisco Alarcón / CIMMYT)

Sinaloa no quema #EnSinaloaElRastrojoVale es una campaña de concientización orientada a prevenir las quemas agrícolas y dar valor a los restos de cultivo (llamados rastrojos o socas). Promovida por un amplio conjunto de organizaciones, la campaña busca que los productores comprendan que lo mejor es aprovechar el rastrojo, ya que eso genera bondades para sus tierras y las hace más fértiles y productivas.

Si bien la quema de restos de cultivo ha sido una práctica común en Sinaloa, esta altera el medioambiente local y provoca problemas de salud en los humanos. Una mejor opción es aprovechar las socas en lugar de quemarlas.

Al incorporar las socas al suelo se incrementa su contenido de materia orgánica, mejora su estructura física, se reducen costos de aplicación de fertilizantes químicos, se evita la contaminación ambiental y se mejora la actividad biológica del suelo. Es decir, al no quemar se conservan los microorganismos del suelo y su amplios beneficios.

¿Por qué es importante la vida microscópica del suelo? Porque numerosos tipos de organismos microscópicos que conviven en el suelo, como bacterias y hongos, pueden ofrecer grandes beneficios a los agricultores ya que, al participar en la degradación de la materia orgánica y en los ciclos de elementos (como el carbono, nitrógeno, oxígeno, azufre, fósforo, hierro, y otras sustancias que aportan a la fertilidad del suelo), también contribuyen a la formación del suelo.

Se estima que en un centímetro cúbico de suelo sano hay cerca de 600 millones de organismos vivos y en una hectárea de suelo puede haber hasta 1,5 millones de lombrices. Además, muchos de los microorganismos del suelo viven alrededor de las raíces de las plantas e influyen en su crecimiento pues les ayudan a absorber nutrientes y las protegen o evitan el ataque de microorganismos patógenos.

Sinaloa NO QUEMA es una campaña impulsada por SADER, SENASICA, CESAVESIN, SAyG, el Ayuntamiento de Salvador Alvarado, CIMMYT, Junta Local de Sanidad Vegetal del Valle del Évora, Junta Local de Sanidad Vegetal del Valle del Carrizo, Junta Local de Sanidad Vegetal del Valle de Culiacán, Junta Local de Sanidad Vegetal del Valle del Fuerte, AARFS,  AARSP, AARC, SAFINSA y otras organizaciones que se unen a este esfuerzo para hacer que la agricultura de Sinaloa sea más rentable, productiva y sustentable. ¡Súmate!

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Quemas agrícolas ponen en riesgo vidas humanas

Quema de rastrojos en agricultura convencional. (Foto: Francisco Alarcón / CIMMYT)
Quema de rastrojos en agricultura convencional. (Foto: Francisco Alarcón / CIMMYT)

El avance del cambio climático incrementará en todo el mundo el riesgo de incendios forestales devastadores en las décadas por venir, señala el estudio “Propagándose como un incendio forestal” del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) donde se proyecta que esos fenómenos se incrementarán un 30 % para 2050 y más de un 50 % para fin de siglo.

De acuerdo con la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, casi la totalidad de los incendios forestales en México son provocados por actividades humanas y un poco más del 30 % de estos se produce por actividades agropecuarias, siendo las quemas agrícolas una de las principales causas. 

Además de la afectación al medioambiente, los incendios tienen un costo social muy alto: el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) señala que en México los incendios son responsables del 31 % de los desastres en el país y ocasionan cerca del 27 % de la totalidad de la mortalidad asociada (humo, gases tóxicos, etcétera).

El registro histórico indica, además, que durante la década de 2010 a 2020 cerca de 100 personas perdieron la vida combatiendo incendios forestales (esto sería un promedio de 10 personas por año), por lo que es urgente minimizar el riesgo de incendios forestales en distintos frentes. En el terreno agrícola, la adopción de prácticas de agricultura sustentable contribuye no solo a combatir el cambio climático, sino también a reducir la posibilidad de incendios que ponen en riesgo vidas humanas. 

Yo ya no quemo porque se pierde la materia orgánica y se contamina. Aquí en la comunidad eso es constante, cada que alguien tira su guamil (tierra que estaba en descanso) o roza, quema la vegetación seca y no, no debe ser así porque estás dejando pobre a la tierra”, comenta Alan Brian Ríos, un productor de maíz de San Pedro Pochutla, Oaxaca, quien a través de los proyectos que promueve el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) aprendió a trabajar con agricultura de conservación. 

La agricultura de conservación es un sistema de producción sustentable que permite reducir los costos de producción, mejorar las condiciones del suelo, optimizar el consumo de agua, entre otros beneficios. Uno de sus componentes básicos es la cobertura del suelo con residuos de la cosecha anterior. Aprovechar los residuos (conocidos como rastrojos, paja, cañuela, etc.), en lugar de quemarlos, permite nutrir y proteger el suelo contra la erosión. 

Ya no quemamos la cañuela, ahora la dejamos sobre la tierra para que la abone y ya luego sembramos. Y nos ha dado resultado, ahí se ve. En donde no se deja la cañuela la matita está muy chiquita, no produce mucho el frijolito, pero donde tiene cañuela crece y ahí da más. Ya no es como antes que la juntábamos y a echarle lumbre porque según que estorbaba. Ahora cuando vemos a muchachos juntándola para sacarla les enseñamos esta parcela”, comenta Bernarda Ojeda, productora de Oaxaca.

Los incendios forestales extremos suelen ser devastadores para la biodiversidad y para las personas, particularmente para aquellos que los combaten. También aceleran el cambio climático y, como señala el PNUMA en su informe, afectan de manera desproporcionada a los países más pobres del mundo, con impactos que se prolongan mucho tiempo después de que el fuego se apaga.

En el marco del Día Internacional del Combatiente de Incendios Forestales (4 de mayo) hacemos un recordatorio de cómo, con acciones simples como dejar el rastro sobre la superficie de las parcelas, se puede contribuir al cuidado del medioambiente y, además, a disminuir los riesgos de incendios forestales, reduciendo también las posibilidades de pérdidas de vidas humanas. 

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Una vez, en una parcela muy, muy lejana…

Verti, uno de los protagonistas de la historieta Las aventuras de Verti y Andi. (Ilustración: Francisco Alarcón / CIMMYT)
Verti, uno de los protagonistas de la historieta Las aventuras de Verti y Andi. (Ilustración: Francisco Alarcón / CIMMYT)

Verti y Andi son dos trocitos de suelo que viven en parcelas vecinas, pero muy diferentes: Don Crecencio, dueño de la parcela donde vive Andi, siembra con agricultura de conservación y por eso Andi y toda su familia y amigos están sanos.

Don Renecio, dueño de la parcela donde vive Verti, remueve mucho el suelo y quema la parcela, por eso es que, lamentablemente, la vida de Verti, su familia y amigos, corre peligro debido a la forma en que don Renecio cultiva su parcela. 

¿Podrán estos dos amigos convencer a don Renecio de que siembre con agricultura de conservación igual que don Crecencio? Síguelos en sus aventuras y apóyalos en su importante misión.

Esta historieta está dedicada a las nuevas y futuras generaciones de héroes de la alimentación que, desde la agricultura, podrán cambiar el mundo.