Maíces nativos de la comunidad maya en Yucatán. (Foto: Fernando Morales / CIMMYT)
Maíces nativos de la comunidad maya en Yucatán. (Foto: Fernando Morales / CIMMYT)
De acuerdo con las Naciones Unidas, en 90 países existen alrededor de 476 millones de personas que pertenecen a algún grupo indígena. Ellos representan un poco más del 5 % de la población mundial y, sin embargo, se encuentran entre las poblaciones más desfavorecidas y vulnerables, representando el 15 % de los más pobres en el mundo.
El 9 de agosto, Día Internacional de los Pueblos Indígenas, es una oportunidad para reconocer a estas comunidades, sus aportes y su voz. Para el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) las comunidades indígenas son esenciales para impulsar la sustentabilidad agrícola. Siendo herederos de tradiciones de cultivo tan fundamentales, como la milpa, sus conocimientos son pilares del desarrollo y la seguridad alimentaria de toda la humanidad.
En el marco de esta distinción, destaca la participación de agricultores mayas en el proyecto Milpa Sustentable en la Península de Yucatán —esfuerzo conjunto de la Fundación Haciendas del Mundo Maya, Fomento Social Banamex, el CIMMYT y las familias productoras de la región—, el cual benefició de manera directa a más de 2 mil productores con innovaciones tecnológicas en sus sistemas de producción, haciendo de la innovación un impulsor de la tradición.
Actualmente, a través de la red de plataformas de investigación que impulsa el CIMMYT y sus colaboradores en todo el territorio nacional, sobresale la generación de soluciones agronómicas y técnicas adaptativas basadas en la combinación de agricultura de conservación y milpa intercalada con arboles frutales (MIAF), mediante la cual se promueve la diversificación de cultivos como un medio para enriquecer la nutrición de las comunidades y ampliar las posibilidades de acceso a mercados.
El sistema MIAF, cabe señalar, es una práctica estructurada por investigadores del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) y optimizada por productores innovadores mediante un proceso de integración de ciencia y conocimiento tradicional a través de la red de innovación que impulsa el CIMMYT. En la base de este sistema están los saberes tradicionales de agricultores indígenas de Huejotzingo, Puebla, donde ha sido muy útil para la agricultura en laderas de ese estado y de varios más del sur-sureste mexicano.
Estimación de rendimiento de maíz en la plataforma Ocosingo, tras cuatro años de intervención. (Foto: Hub Chiapas-CIMMYT)
Estimación de rendimiento de maíz en la plataforma Ocosingo, tras cuatro años de intervención. (Foto: Hub Chiapas-CIMMYT)
La región de Ocosingo juega un papel importante para el estado mexicano de Chiapas y, en general, para el sur de México. Ahí se encuentra la Reserva de la Biosfera Montes Azules, la reserva ecológica de selva alta perennifolia —que se caracteriza por tener el tipo de vegetación más exuberante de todos los ecosistemas existentes— que constituye el principal pulmón para la producción de oxígeno de la región.
En el plano cultural la región es rica y diversa: habitan diferentes grupos étnicos, como lacandones, tzeltales, tzotziles, choles y tojolabales, principalmente. Para estos grupos el maíz y la milpa son fundamentales para su alimentación, sin embargo, prevalece la práctica de la roza, tumba y quema con notables efectos, como la degradación de los suelos y la contaminación ambiental.
Un reto adicional para la agricultura en Ocosingo es que el 90 % de los terrenos se ubican en laderas con pendientes mayores a 20 % —es decir que por cada 100 metros que se avanza horizontalmente, se suben 20 metros—, ocasionando erosión por las fuertes lluvias y dejando suelos con baja fertilidad que resultan en bajos rendimientos que, en muchas ocasiones, no cubren las necesidades de alimento para las familias productoras.
Para incrementar la sustentabilidad y contribuir a la seguridad alimentaria de estas familias, en la plataforma de investigación Ocosingo —ubicada en el rancho San José, comunidad de San Miguel El Grande del municipio en mención— se buscan alternativas para fortalecer el sistema milpa. Así, en 2022, y luego de cuatro años de intervención, se evaluó la respuesta de diversos sistemas de producción a través de agricultura de conservación y otras prácticas sustentables.
“La plataforma se diseñó con el enfoque de la milpa biodiversificada —con asociaciones de maíz y leguminosas como dolichos y chícharo gandul de ciclo corto y ciclo largo— bajo el esquema de agricultura de conservación y milpa intercalada con árboles frutales. El diseño experimental incluyó la siembra de monocultivo de maíz, que es la práctica convencional en la región y que funcionó como testigo para ser contrastado con las innovaciones sustentables en donde no se quema, sino que se deja la totalidad del rastrojo”, señalan los investigadores responsables de la plataforma.
Al comparar los rendimientos de cuatro años de ser implementadas, la agricultura de conservación y la milpa intercalada con árboles frutales confirmaron ser “una buena alternativa para fortalecer el sistema milpa, sobre todo para las familias de escasos recursos económicos”, señalan los investigadores quienes puntualizan que el tratamiento con monocultivo de maíz con quema de rastrojos reportó un rendimiento de 1,18 toneladas por hectárea (t/ha), mientras que el tratamiento de maíz en rotación con chícharo gandul de ciclo corto en franjas de doble hilera reportó 3,38 t/ha.
“Los ensayos que se están evaluando nos indican que sí es posible mejorar la producción de alimentos con el sistema milpa, beneficiar la biodiversidad tanto superficial como la del subsuelo, generar ingresos, capturar de carbono y, sobre todo, practicar una agricultura amigable con el medioambiente”, concluyen los investigadores.
La red de plataformas de investigación del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) y sus colaboradores es una de las redes de investigación agrícola más relevantes a nivel mundial. Es impulsada por proyectos como AgriLAC Resiliente, Agriba Sustentable, Excellence in Agronomy, y otros igualmente importantes.
Ceremonia de la siembra de la milpa en las instalaciones del CIMMYT en Texcoco, Estado de México. (Foto: Ronay Flores / CIMMYT)
Ceremonia de la siembra de la milpa en las instalaciones del CIMMYT en Texcoco, Estado de México. (Foto: Ronay Flores / CIMMYT)
En ella crece el maíz y el frijol —y muchas otras especies de plantas—, su fertilidad es motivo de fiestas y rituales, su conocimiento es una herencia cultural invaluable, su espacio implica una organización particular y propicia diversos encuentros sociales —y eventualmente, es testigo de algunos encuentros amorosos—. La milpa, ese ecosistema creado por las sociedades mesoamericanas que ha persistido, muy probablemente, por cerca de 5 mil años es, ante todo, un fenómeno cultural y tecnológico dinámico y flexible que hoy busca ser resiliente ante los efectos del cambio climático y las nuevas dinámicas sociales.
Este 18 de mayo, en la sede global del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), en Texcoco, Estado de México, se realizó la ceremonia de la siembra de la milpa, en la que la comunidad de este centro de investigación tuvo oportunidad de escuchar, en voz de sus investigadores, cuáles son las líneas de trabajo que actualmente el CIMMYT está desarrollando para preservar y fortalecer la herencia de cultivo de este sistema milenario. Además, se contó con la participación de danzantes tradicionales que representaron algunos de los rituales de fertilidad asociados a la milpa.
Milpa en náhuatl hace referencia a “lo que se siembra encima de la parcela” —kool en lengua maya—. Su cultivo principal es el maíz, pero un maizal no es una milpa pues, a diferencia de este —que es un monocultivo—, la milpa es un sistema de cultivos asociados, un policultivo que se caracteriza por propiciar la interacción de una gran cantidad de especies. Por ello se le considera un ecosistema. Uno artificial, culturizado —es decir, integrado en una cultura— (Revista EnlACe, pp. 52-54), pero que al igual que los ecosistemas naturales, debe ser estudiado y protegido, especialmente porque de él depende la alimentación de un gran sector de la población mexicana.
Así, en un contexto donde el cambio climático afectará fuertemente a Mesoamérica —lo que requerirá cambios en las variedades y los cultivos en muchas regiones—, se necesita la evaluación continua de las prácticas bajo las diversas condiciones de las milpas, junto con la investigación de mejora de los cultivos, para generar soluciones de mitigación y adaptación para los agricultores de milpa en las zonas que pudieran resultar afectadas, mencionan los investigadores del CIMMYT.
¿Por qué hablar de las milpas y no solo de la milpa? Porque el tipo de suelo, las condiciones climáticas, los ecosistemas naturales circundantes, las tradiciones y otras dinámicas sociales, los saberes locales y las necesidades o las exigencias agroalimentarias, hacen que la milpa adquiera características particulares en cada región. Así, aunque comparten rasgos comunes —entre ellos que el sistema está dedicado primordialmente al autoconsumo de las familias—, no existe uno, sino varios tipos de milpas. La milpa otomí, por ejemplo, produce chilacayote, agaves, chilaca, flor de calabaza… La milpa totonaca incluye chayotes, tomatillos, quintoniles, yuca, chiltepín…
Cosecha de maíz en plataforma Yaxcabá, Yucatán, en noviembre de 2022. (Foto: Castillo, Itzá, Vilchis, Escalante)
Cosecha de maíz en plataforma Yaxcabá, Yucatán, en noviembre de 2022. (Foto: Castillo, Itzá, Vilchis, Escalante)
El sistema milpa en la Península de Yucatán forma parte de una tradición de cultivo milenaria. No obstante, la reducción de los tiempos de barbecho y otras prácticas inadecuadas han derivado en una pérdida de fertilidad de los suelos, lo cual repercute en la caída de los rendimientos en la región.
Ante la necesidad de evaluar prácticas sostenibles de manejo agrícola, investigadores de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) establecieron un experimento en la plataforma de Yaxcabá, Yucatán —espacio donde ambas instituciones colaboran—, orientado a evaluar el efecto de la biofertilización en el rendimiento de maíz, específicamente la evaluación de dos factores de manejo consistentes en el tipo de fertilización y la aplicación de biol, un abono orgánico.
“Todas las labores de cultivo fueron manuales. Se utilizó maíz Nal Xoy amarillo, estiércol de ovino descompuesto, mucuna como cultivo de cobertura, y aplicación foliar de biol de microorganismos de monte elaborado artesanalmente”, mencionan los investigadores de la UADY y el CIMMYT.
El rendimiento del grano fue similar entre los tratamientos con estiércol y DAP —uno de los fertilizantes fosfatados más usados en la agricultura—, y fue superior con la aplicación del biol de microorganismos de monte.
Los resultados de la plataforma confirman que el uso de microorganismos para el manejo de la fertilidad del suelo, las coberturas vegetales y el uso de estiércoles son prácticas con potencial que deben seguir siendo investigadas y, como señala Guadalupe Itzá, una de las investigadoras de la UAY que colaboran en la plataforma, deben ser acompañadas de prácticas como “la no quema y mantener el rastrojo en la superficie del suelo”.
Maíz, frijoles y calabaza en una milpa de Tojolabal, Chiapas (México). (Foto: Fernando Morales/CIMMYT) (Foto: Fonteyne et. al., 2023)
Maíz, frijoles y calabaza en una milpa de Tojolabal, Chiapas (México). (Foto: Fonteyne et. al., 2023)
Además de la combinación maíz-frijol-calabaza —las llamadas “tres hermanas” o “triada mesoamericana”—, la milpa es un espacio rico y diverso en recursos genéticos en el que se puede cultivar chiles, tomates, quelites, leguminosas, frutales, incluso cactáceas, café y hongos, dependiendo de la región.
La plasticidad de la milpa y sus características particulares en cada zona surge de las diversas combinaciones de tipos de suelo, condiciones climáticas, ecosistemas naturales circundantes, tradiciones y dinámicas sociales, saberes locales y necesidades o exigencias agroalimentarias. Así, se puede decir que no existe uno, sino varios tipos de milpas —culturalmente se puede hablar de la milpa otomí, donde se produce chilacayote, agaves, chilaca, flor de calabaza; o la milpa totonaca, que incluye chayotes, tomatillos, quintoniles, yuca, chiltepín, etcétera—.
En contraste con esta enorme diversidad biocultural, los estudios formales sobre los aspectos agronómicos del sistema milpa son limitados. De hecho, entre 1955 y 2021 solo se publicaron 61 estudios centrados en cuestiones agronómicas, revela un artículo reciente desarrollado por investigadores del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), la Unión Rural de Productores de Cuautempan y Tetela, el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), y la Universidad Autónoma Chapingo.
La falta de estudios específicos sobre los sistemas de milpa ha limitado el desarrollo de soluciones agronómicas que, respetando y partiendo de las tradiciones de cultivo, estén adaptadas a las diferentes condiciones locales y a las circunstancias de cultivo actuales —donde el cambio climático y los cambios socioeconómicos han contribuido a que el sistema se practique cada vez menos—.
Así, apoyado por AgriLAC Resiliente —una iniciativa del CGIAR para aumentar la resiliencia, la sostenibilidad y la competitividad del campo latinoamericano y del Caribe—, el estudio tiene el objetivo de proporcionar un punto de partida para la nueva investigación agronómica sobre la milpa en tanto que se trata de un sistema altamente productivo capaz de proporcionar dietas suficientes y saludables para los agricultores de pequeña escala.
“La limitada investigación agronómica formal sobre los sistemas de milpa ha dejado a los agricultores de pequeña escala desatendidos, por lo que han adoptado tecnologías desarrolladas para otros sistemas de producción que no necesariamente funcionan en los sistemas tradicionales. Lo mismo se aplica a los programas de asistencia técnica”, señalan los autores quienes, considerando el gran significado cultural del sistema, mencionan que es necesario conservar la milpa y tomar en cuenta que el sistema ha evolucionado con el tiempo y actualmente enfrenta —y enfrentará— nuevos retos.
“El cambio climático afectará fuertemente a Mesoamérica, lo que requerirá cambios en las variedades y los cultivos en muchas regiones. Se necesita la evaluación continua de las prácticas bajo las diversas condiciones de las milpas, junto con la investigación de mejora de los cultivos, para generar soluciones de mitigación y adaptación para los agricultores de milpa en las zonas afectadas”, menciona el estudio.
De entre los aspectos que el estudio identifica como prioritarios para el desarrollo de nueva investigación agronómica destaca la necesidad de reducir las cargas de trabajo en la milpa, ya que esta es una de las razones por las que los agricultores abandonan este sistema. En este sentido, “una opción es la investigación y el desarrollo sobre mecanización a pequeña escala para una preparación del suelo más eficiente, la fertilización, la siembra, el manejo de malezas, la cosecha y la poscosecha”, señala el artículo.
Una fertilización adecuada—ya que los diversos cultivos de la milpa tienen diferentes requisitos de fertilizantes—, variedades de frijol y cultivos asociados mejoradas, un manejo de malezas más eficiente —por las complicaciones en este proceso muchos productores optan por monocultivos—, y buenas prácticas poscosecha son otros de los aspectos destacados en donde se requiere nueva investigación para fortalecer la milpa en México y América Latina, región donde se proyecta como un sistema agrícola clave para contribuir a la seguridad alimentaria.
Al respecto, los autores enfatizan y concluyen que “el aumento de la productividad de la milpa no necesariamente tiene que apuntar a mayores excedentes, sino más bien a mejorar la disponibilidad de alimentos nutritivos y la resiliencia del sistema frente a las limitaciones ambientales y socioeconómicas. Aún así, el sistema milpa puede ofrecer seguridad alimentaria a las familias solo si produce lo suficiente y a través de intervenciones tecnológicas que los agricultores pueden implementar”.
Productora de Yaxunah (Yucatán, México) muestra a técnica del CIMMYT el maíz que lleva a nixtamalizar. (Foto: Francisco Alarcón/CIMMYT)
Productora de Yaxunah (Yucatán, México) muestra a técnica del CIMMYT el maíz que lleva a nixtamalizar. (Foto: Francisco Alarcón/CIMMYT)
La milpa es un ecosistema creado por las sociedades mesoamericanas que ha persistido, muy probablemente, por cerca de 5 mil años. Se trata de un fenómeno cultural y tecnológico dinámico, basado en el cultivo de maíz en conjunto con otras especies (policultivo). Su flexibilidad y eficiencia han inspirado el diseño de sistemas agrícolas más sustentables en todo el mundo.
Recientemente, la milpa maya de la Península de Yucatán ha sido incorporada al Sistema de Patrimonio Agrícola de Importancia Mundial (SIPAM), el cual busca dar visibilidad y preservar las prácticas agrícolas que generan medios de vida en áreas rurales al tiempo que combinan biodiversidad, ecosistemas resilientes y tradición e innovación de una manera única.
El SIPAM es una iniciativa de la a Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que, a la fecha, ha designado 72 sistemas del patrimonio agrícola en 23 países. México figura en el mapa del SIPAM con dos sistemas designados: la agricultura de chinampas de Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta (que recibió el nombramiento en 2018), y más recientemente la milpa maya de la Península de Yucatán o Ich Kool en maya.
Esta distinción es un reconocimiento a miles de familias agricultoras de la Península de Yucatán que hacen tangible el valor de ese sistema milenario y la importancia de preservar su riqueza biocultural.
Desde el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) se reconoce el esfuerzo de las agricultoras y agricultores que durante el tiempo en que se desarrolló el proyecto Milpa Sustentable en la Península de Yucatán, y aún ahora con los aprendizajes obtenidos, han contribuido a la preservación de esta herencia de cultivo.
Milpa Sustentable en la Península de Yucatán —esfuerzo conjunto de la Fundación Haciendas del Mundo Maya, Fomento Social Banamex, el CIMMYT y las familias productoras de la región— benefició de manera directa a más de 2 mil productores con innovaciones tecnológicas en sus sistemas de producción, haciendo de la innovación un impulsor de la tradición.
A partir de la experiencia de Milpa Sustentable en la Península de Yucatán se contribuyó a la reflexión sobre cómo la milpa, su estudio, su protección y su fortalecimiento contribuyen a mejorar la calidad de vida de las personas. De acuerdo con las agricultoras y agricultores participantes, aunque aún quedan desafíos, el proyecto les proporcionó las herramientas, la metodología y la motivación para dar continuidad al mantenimiento de la milpa como estilo de vida y como sistema de producción sostenible.
La productora Lidia María González Hernández, de Santa María Teopoxco, en Oaxaca, México, muestra su milpa en donde cultiva variedades de maíz nativas. (Foto: CIMMYT)
La productora Lidia María González Hernández, de Santa María Teopoxco, en Oaxaca, México, muestra su milpa en donde cultiva variedades de maíz nativas. (Foto: CIMMYT)
En México y otros países de Latinoamérica, el maíz, además de ser un alimento fundamental, forma parte de un entramado cultural rico y diverso. De hecho, el maíz se desarrolló en un sistema agrícola y cultural único en el mundo: la milpa, o más precisamente las milpas, ya que, desde el punto de vista cultural, este sistema de policultivo está encarnado en la cosmovisión propia de cada comunidad, por lo que al sistema de maíz-frijol-calabaza —las llamadas tres hermanas— se le agregan otros cultivos —como chile, maguey, chilacayote, café, etcétera— además de sus respectivas tradiciones, mitos y ritos.
La milpa surgió en Mesoamérica y, por diversos procesos históricos y socioeconómicos, en los países que comprendía esta antigua zona cultural —gran parte de México y hasta Costa Rica— se ha ido perdiendo para dar paso a los monocultivos. Para contrarrestar esta situación, actualmente diversas organizaciones y gobiernos impulsan la revitalización de la milpa porque este sistema es, potencialmente, una de las mejores vías para lograr la seguridad alimentaria y nutricional en la región.
El estudio refiere que, en condiciones específicas, la milpa de maíz-frijol-calabaza puede ser entre 60 y 90% más productiva que un monocultivo de maíz. Para el caso de análisis del estudio —desarrollado en milpas de Guatemala—, detallan, los sistemas de milpa produjeron significativamente más otros nutrientes esenciales, de manera que las asociaciones maíz-frijol-faba, maíz-papa y maíz-frijol-papa proporcionaron la mayor cantidad de carbohidratos, proteínas, zinc, hierro, calcio, potasio, ácido fólico, tiamina, riboflavina, vitamina B6, niacina y vitamina C.
De acuerdo con los autores del artículo, una hectárea de milpa puede satisfacer las necesidades anuales de carbohidratos de más de 13 adultos y brindar suficiente proteína para casi 10 adultos. Basado en datos de casi mil hogares en 59 localidades de Guatemala, el estudio es el primero en relacionar la diversidad de cultivos de milpa con la capacidad nutricional, utilizando múltiples parcelas y combinaciones de cultivos.
Este estudio de 2021 es producto del trabajo del proyecto BuenaMilpa —que se desarrolló en Guatemala impulsado por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) y el CIMMYT— y es una de las diversas muestras de investigación colaborativa referida en el más reciente reporte anual del CIMMYT, institución de investigación internacional a través de la cual México mantiene una importante colaboración científica con el mundo.
En un contexto mundial donde prevalecen los conflictos, el calentamiento global, la subida de precios, y las desigualdades y tensiones internacionales, el trabajo de instituciones como el CIMMYT y sus colaboradores a través de investigaciones y proyectos conjuntos se vuelve crucial para la seguridad alimentaria. Te invitamos a leer el informe completo aquí.
Cultivo de maíz en zona serrana de Oaxaca, México. (Foto: Fernando Morales/CIMMYT)
Cultivo de maíz en zona serrana de Oaxaca, México. (Foto: Fernando Morales/CIMMYT)
Los bosques mesófilos de montaña (o de neblina) son ecosistemas muy ricos en diversidad biológica. El de la Sierra Mazateca de Oaxaca, México, es el hogar de muchas especies, incluidos roedores, conejos, ardillas, armadillos, zorras, águilas, halcones, víboras, etcétera.
Para algunas poblaciones, ciertas especies de fauna silvestre forman parte de la dieta, mientras que para otras, de acuerdo con la cosmovisión indígena, estos animales representan vidas que conviven con los humanos en el mismo territorio.
Desde hace algunos años, sin embargo, la modificación del ecosistema ha provocado que para muchas familias agriculturas de la Sierra Mazateca esta convivencia genere dificultades, específicamente porque algunas zonas dedicadas a la agricultura se han convertido en el refugio de varias especies de animales que huyen a causa de los incendios forestales, el incremento del área agrícola y la caza indiscriminada.
Así, para estas familias la convivencia con la fauna silvestre representa un reto cada año. En los municipios de Santa María Teopoxco, San Pedro Ocopetatillo y San Jerónimo Tecoatl, por ejemplo, las aves, conejos y ardillas se han convertido en una amenaza para los cultivos tanto de maíz en los ciclos de primavera-verano, como de haba y chícharo en el ciclo otoño-invierno.
En algunos casos el abandono de las actividades agrícolas —ya sea por migración o porque la actividad económica principal ahora son los servicios en lugar de la agricultura— ha provocado que crezca el bosque. Aunque esto es positivo en términos biológicos, para los agricultores cuyas parcelas quedan aisladas al ser rodeadas por el bosque, esto representa que muy probablemente no lograrán obtener cosechas pues sus cultivos servirán para alimentar a la fauna silvestre.
La fauna silvestre llega a consumir más de la mitad de la cosecha o, en su caso, más de la mitad de la plantación. Para enfrentar esta situación la población ha recurrido a la caza, a la colocación de trampas, al empleo de venenos sin control y, en algunos casos, al abandono de la siembra. Además, si se considera que la mayoría de estos productores siembra para el autoconsumo y muchas veces obtienen bajos rendimientos debido a la prevalencia de prácticas inadecuadas, entonces la situación se torna aún más difícil.
En el marco de la iniciativa Cultivos para México —de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT)— la Agencia Mexicana para el Desarrollo Sustentable en Laderas (AMDSL) trabaja en la búsqueda de alternativas para que las familias productoras de la Sierra Mazateca obtengan mejores rendimientos de forma sustentable y no pierdan sus cosechas a causa de la fauna silvestre, pero procurando el menor impacto al ecosistema.
Para incrementar los rendimientos la AMDSL ha trabajado desde hace algunos años con el sistema milpa intercalada con árboles frutales con buenos resultados. Con respecto al tema de la fauna silvestre, la organización continúa en la identificación de las mejores opciones. A la fecha, sehan colocado cintas de caset y discos reutilizados para que reflejen la luz solar y se ahuyente así a los animales. También, se ha colocado cal en las plantas de las orillas de las parcelas con la finalidad de que al probarlas los animales desistan en su intento por consumirlas.
Todos estos intentos han presentado resultados, sin embargo, aún son mínimos y por eso en las reuniones de la AMDSL con la comunidad se ha acordado que en el siguiente ciclo se probarán otras alternativas y se tratará de identificar a los enemigos naturales de la fauna que está afectando los cultivos. Por supuesto, se trata de un gran reto que implica poner la mirada no solo la parcela y las actividades socioeconómicas, sino también en el entendimiento de que las comunidades forman parte de un ecosistema.
Daño causado por el coquito azul en frijol, en Santa María Teopoxco, Oaxaca, México. (Foto: AMDSL)
Daño causado por el coquito azul en frijol, en Santa María Teopoxco, Oaxaca, México. (Foto: AMDSL)
En la región mazateca de Oaxaca, México, la presencia de un insecto conocido como coquito azul o catarina azul (Diphaulaca aulica) ha ocasionado en años recientes graves afectaciones a las plantas de frijol, impactando significativamente en su producción.
Las personas que trabajan el sistema milpa —donde se asocia maíz, frijol y calabaza— en esta región relatan que este insecto afecta a las plantas de frijol cuando están en pleno desarrollo, ocasionando daño principalmente al follaje y con ello la disminución de los rendimientos del cultivo.
La rápida reproducción de este insecto favorece que se disemine a áreas que no habían sido afectadas y, para su control, los productores regularmente utilizan productos químicos, específicamente insecticidas de amplio espectro que afectan a otros organismos diferentes de los que buscan controlar, incluyendo organismos benéficos, como parasitoides y depredadores naturales de las plagas.
La dependencia de tratamientos químicos para el control de este insecto ha generado otros problemas, entre ellos, la resistencia a insecticidas comunes. Por esta razón, la Agencia Mexicana para el Desarrollo Sustentable en Laderas (AMDSL) ha colaborado con los productores de la zona en la búsqueda de métodos alternativos que minimicen los daños y los impactos indeseables por el uso y abuso de plaguicidas.
Así, y en el marco de la iniciativa Cultivos para México —impulsada por la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT)—, se ha promovido el manejo agroecológico de plagas, sistema que se sustenta en una restauración de la biodiversidad funcional con la finalidad de reactivar el control biológico natural.
El manejo agroecológico de plagas se complementa con otras prácticas, como las asociaciones y rotaciones de cultivos, el manejo de arvenses, las trampas con feromonas de confusión sexual, el uso de semioquíomicos —sustancias químicas naturales utilizadas en la comunicación entre organismos vivos—, extractos de plantas con propiedades plaguicidas, insecticidas biológicos, entre otras alternativas.
A partir de estas alternativas, en la región mazateca se han hecho rotaciones de cultivos con girasol y canola; se ha difundido información sobre el ciclo biológico del insecto —con la finalidad de hacer el control en el momento oportuno—; se ha empleado cal micronizada y tierra de diatomeas —que por su acción abrasiva dañan al insecto que eventualmente muere—; y también se han empleado extractos de plantas como el orégano, el tabaco, el cempasúchil y el ajo, cuya mezcla tiene propiedades insecticidas.
En los módulos y áreas de extensión —parcelas de productores que deciden implementar las innovaciones— donde se han probado las distintas alternativas se han observado resultados positivos; sin embargo, aún falta que las propuestas sean adoptadas con mayor amplitud y constancia; así mismo, es necesario difundir más la información con la finalidad de que las alternativas para controlar a la catarina azul sean replicadas por más personas.
Almacenamiento de semillas en Chemax, en Yucatán, México. (Foto: Vladimir May/CIMMYT)
Almacenamiento de semillas en Chemax, en Yucatán, México. (Foto: Vladimir May/CIMMYT)
En la Península de Yucatán, en México, una familia requiere en promedio al menos 10 kilogramos de grano de maíz por día; es decir, su demanda anual de maíz es de un poco más de 3,6 toneladas. Por otro lado, el volumen de producción de grano de maíz en la región oscila entre una tonelada y tonelada y media, con rendimientos en promedio de 700 kilogramos por hectárea. Derivado de esto, con frecuencia se tiene que adquirir el volumen faltante, de casi 2,5 toneladas, para satisfacer el consumo anual de una familia.
Entre los principales retos que enfrenta el sistema de producción de maíz en esta región se encuentran la poca profundidad y alta pedregosidad de los suelos, la constante quema de rastrojo, la escasa disponibilidad de otras variedades de semillas y el ataque de fauna silvestre en las temporadas de cosecha, al igual que los efectos de los ciclones tropicales y las sequías.
Esta situación, identificada a través de pláticas y reuniones con productores que participan en el programa Sembrando Vida y Binomio Técnico Social del municipio de Chemax, en el estado de Yucatán, propició la creación de una alianza entre el citado programa federal y el Hub Península de Yucatán del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT).
La propuesta consiste en tres fases: la primera tiene por objetivo identificar aquellas variedades de maíz y leguminosas que presenten mayor adaptación a las condiciones climáticas, edáficas y de manejo; en la segunda, se plantea fortalecer el manejo agronómico y la aplicación de técnicas de mejoramiento de las variedades sobresalientes de la primera etapa. Por último, la tercera fase consiste en la producción de semilla y transferencia de tecnología.
La primera etapa se inició en el ciclo primavera-verano 2021 con en el establecimiento de cinco vitrinas de semillas nativas y leguminosas en los viveros de las Comunidades de Aprendizaje Campesino de las localidades de Chemax, Checmil, Cocoyol, Hoteoch, y San José Chahuay. Ahí se compararon 12 variedades de maíz de las tres razas existentes en la Península de Yucatán, divididas de acuerdo con el ciclo (precoces, intermedias y tardías), así como por los colores del grano (blanco, amarillo, morado y rojo); para las leguminosas, se compararon tres cultivos de cobertura y cuatro con fines de consumo humano.
En estas parcelas se implementaron prácticas para la conservación de la fertilidad de los suelos, tales como la no quema y dejar el rastrojo; asimismo, se realizó la siembra en hileras para un mejor aprovechamiento del espacio entre plantas y de esta forma disminuir la competencia por efecto de las malezas. Por otro lado, se hizo control de plagas de suelo para proteger la semilla y disminuir el ataque de fauna silvestre en el proceso de germinación y emergencia.
También se instalaron trampas con feromonas para disminuir las poblaciones de gusano cogollero y de esta forma reducir el uso de insecticidas. Al término del ciclo de cultivo se determinó la madurez fisiológica y se realizó la cosecha oportuna para evitar el ataque de fauna silvestre, lo cual permitió mayor cantidad y calidad de grano y semilla.
En la zona se ha identificado que los productores cosechan a partir de febrero y terminan a finales de abril. Se ha visto que entre mayor tiempo permanece la mazorca en campo es más susceptible a ataques de plagas y fauna silvestre (tejón, jabalí, mapache y diversas aves). Por esto se propuso cosechar a finales de noviembre y diciembre para posteriormente seleccionar mazorcas en buenas condiciones y secarlas bajo la sombra. Una vez que se realizó el secado a finales de enero se procedió a medir la humedad del grano (hasta 13% de humedad para maíz y 12% para leguminosas) y después a su almacenamiento en recipientes herméticos, como botellas y garrafones PET.
Durante el ciclo del cultivo se difundieron las prácticas y resultados obtenidos a través de días de campo y de capacitación en donde participaron actores de la zona, tales como ayuntamientos municipales, centros educativos, organizaciones no gubernamentales, técnicos y becarios de los programas federales Sembrando Vida y Producción para el Bienestar, así como productores de otros municipios, lo cual permitió fortalecer la red de innovación.
Además, a través de la participación de los becarios del programa federal Jóvenes Construyendo el Futuro se realizó la colecta de datos y el registro de información en las plataformas digitales para obtener los resultados en términos de rendimiento y costos de producción; con estos datos, se obtuvieron los primeros resultados de esta primera etapa, que demuestran una mejor adaptación en variedades de maíz de ciclo corto e intermedio con rendimientos de hasta 1,4 toneladas por hectárea, es decir, un incremento de hasta el 100% en comparación con el promedio de la zona. Por su parte, las leguminosas que mejor se adaptaron fueron los cultivos de cobertura con rendimientos de hasta 2,6 toneladas por hectárea.
Con estos resultados los productores mostraron gran interés y planean realizar acciones para los ciclos posteriores. Entre ellas conservar las semillas de ciclo corto e intermedio a través de la siembra de una pequeña cantidad en sus parcelas; implementar prácticas para la conservación de la fertilidad de los suelos; realizar el manejo agronómico y poscosecha oportuno; y la administración del riesgo a través de la integración de otros cultivos que permitan mejorar la fertilidad de los suelos y aportar una fuente de proteína a sus familias.
Adicional a estos resultados se logró la consolidación de un espacio para la experimentación, transferencia de tecnología, conservación, producción y distribución de semillas a nivel de localidad, así como la inclusión de jóvenes y mujeres, y el involucramiento de otros actores que tendrán un papel activo en la segunda fase que iniciará en los próximos meses.
Agradecemos a Carlos Cámara Caballero, Cristian Miguel López Arcos, Roque Alejandro Avilés Lizama, a los productores de las Comunidades de Aprendizaje Campesino y a los becarios del programa Jóvenes Construyendo el Futuro por el apoyo para el desarrollo de la primera etapa de la iniciativa aquí descrita.