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De la roza, tumba y quema a la roza, tumba y pica

Práctica de roza, tumba y quema en el municipio de Santa María Tlahuitoltepec, en Oaxaca, México. (Foto: Agencia Mexicana para el Desarrollo Sustentable en Laderas)
Práctica de roza, tumba y quema en el municipio de Santa María Tlahuitoltepec, en Oaxaca, México. (Foto: Agencia Mexicana para el Desarrollo Sustentable en Laderas)

En la región Mixe del estado de Oaxaca, en México, la agricultura de tala y quema se sigue practicando y constituye un modo de subsistencia que prevalece para la producción de alimentos básicos como el maíz, frijol y calabaza. 

La roza, tumba y quema es un método actualmente asociado a la deforestación, a la pérdida de biodiversidad y a los incendios forestales. No obstante, también es un método que se ha transformado profundamente con el tiempo, de manera que los periodos de descanso para que los suelos se regeneren y las medidas cautelares para evitar que el fuego se salga de control que estaban asociados originalmente a la práctica han quedado, muchas veces, en el olvido.

Aunque se cree que es una técnica obsoleta, persiste como práctica común en muchas comunidades, pues está arraigada en su cultura. Este hecho brinda a los investigadores agrícolas la oportunidad de buscar nuevas opciones para uso y manejo, para identificar puntos claves en la secuencia de las prácticas agrícolas, las formas de conservación del germoplasma in situ y las de organización para la producción.   

A partir del conocimiento tradicional es posible identificar elementos para mejorar la producción de los granos básicos en condiciones de laderas, la generación de ingresos y el manejo sustentable de los recursos naturales. En este sentido, una opción a la roza, tumba y quema es la roza, tumba y pica, la cual consiste en incorporar materia orgánica al suelo en lugar de quemarla, evitando así los incendios forestales que arrasan vastas extensiones de bosque en la región. 

La roza, tumba y pica se realiza un año antes de la siembra para lograr la descomposición de la mayor cantidad de hojas y tallos. Se extraen los tallos gruesos o troncos para aprovecharlo como combustible en los hogares de las familias para la preparación de alimentos. 

Una vez hecha la apertura de nuevos campos de cultivo es importante aprovechar el suelo bajo un enfoque integral para evitar el abandono de estas áreas, aspecto fundamental porque actualmente no es posible recurrir a más zonas con vegetación virgen, ya que en la zona la fragmentación de las tierras es cada vez mayor con superficies de un cuarto de hectárea en promedio. 

Posteriormente, el segundo cultivo se establece antes de cosechar el maíz y se siembran leguminosas como el chícharo que se desarrolla en los meses de septiembre-abril, para aprovechar la humedad residual. Al mismo tiempo se genera materia orgánica y se fija nitrógeno atmosférico que le sirve al cultivo mismo o al subsecuente. 

La agricultura de conservación y la milpa intercalada con árboles frutales son prácticas de mucha utilidad en este esquema de producción propuesto para la región Mixe, ya que contribuyen a evitar el deterioro de los suelos en ladera. 

Por supuesto, es fundamental que todo nuevo modelo de producción sea consultado con los propios agricultores. Las prácticas sustentables que han sido validadas por la Agencia Mexicana para el Desarrollo Sustentable en Laderas —a través de MasAgro-Cultivos para México, de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT)— han permitido observar que los agricultores de pequeña escala logran mayor variación de productos.

Cuando una parcela cuenta con uno o dos cultivos diferentes secuenciados, a veces imbricados y asociados en un esquema de producción donde los conocimientos tradicionales son renovados y fortalecidos, es posible lograr una alta rentabilidad de la tierra a pesar de la reducida extensión que caracteriza a la agricultura en la región Mixe. 

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¿Podría Chiapas convertirse en un desierto?

Chiapas.- El título de esta nota podría sonar controversial, pero brinda la oportunidad para aclarar algunos aspectos importantes sobre el tema de la desertificación. Esto, a propósito del Día de la Lucha contra la Desertificación y la Sequía que cada año se conmemora el 17 de junio para hacer énfasis en la urgencia de restaurar las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas que se encuentran degradadas por la convergencia de diversos factores climáticos y las actividades humanas. 

Aunque la palabra desertificación propicia imaginar la formación de un desierto o su avance, en realidad hace referencia a un proceso de degradación del suelo muy particular donde intervienen los cambios en los patrones climáticos (principalmente asociados a la humedad y la precipitación) y la sobreexplotación del suelo por la actividad agrícola, el sobrepastoreo, la deforestación, el uso de sistemas de irrigación inadecuados y el manejo forestal inapropiado.

Esta convergencia entre los efectos del cambio climático y el desequilibrio entre la demanda de servicios de los ecosistemas y lo que estos pueden proporcionar se presenta y afecta de un modo particular a las tierras secas que, en México, ocupan un poco más de la mitad del territorio nacional (128 millones de hectáreas) y abarcan las zonas muy áridas y áridas (que se encuentran principalmente en Baja California, Baja California Sur, Coahuila, Chihuahua y Sonora), las zonas semiáridas (distribuidas en su mayoría en el desierto Sonorense y en el altiplano), y las zonas subhúmedas secas de Campeche y Yucatán, el Golfo de México y las costas del Océano Pacífico desde Sinaloa hasta Chiapas (Semarnat, 2008).

La desertificación entonces puede presentarse incluso allí en los estados donde aparentemente no habría problemas mayores con los recursos hídricos.  Y es que, si bien Chiapas se caracteriza, en general, por la presencia de amplias zonas de bosque, una alta precipitación y numerosos cuerpos de agua (de hecho, se estima que abastece de agua a 30% del país), en décadas recientes ha perdido un poco más de la mitad de sus bosques (principalmente por deforestación para actividades agropecuarias) y registra alrededor de 6,600 incendios al año, muchos de ellos causados por quemas agropecuarias. 

Además, Chiapas es uno de los estados donde se han documentado algunos de los primeros casos de modificación climática basada en registros (en Tapachula y Malpaso, por ejemplo, las precipitaciones anuales han disminuido en más de 300 milímetros y las temperaturas se han elevado de forma consistente) (Consejo Consultivo de Cambio Climático en Chiapas, 2018). 

En este contexto, no es que Chiapas vaya a convertirse en un desierto (no al menos en el futuro inmediato, ya que los procesos geológicos de la Tierra sí abren esa posibilidad, aunque en algunos millones de años), pero sí es susceptible de padecer los efectos de la desertificación en sus zonas subhúmedas secas. De hecho, de acuerdo con la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), el nivel de desetificación en esas zonas de Chiapas (figura 1) es severo (esta estimación se obtiene al considerar el estado de los hídricos, cobertura vegetal, erosión del suelo y aridez).

¿Es posible detener la desertificación? Considerando que en este proceso están involucrados numerosos factores relacionados con las actividades humanas (particularmente prácticas agrícolas inadecuadas), la respuesta no solo es que sí es posible, sino que es necesario hacer frente a este proceso. La adopción amplia de prácticas agrícolas sustentables para adaptarse y mitigar el cambio climático están en el centro de estas acciones. 

Chiapas, por ejemplo, es un estado pionero en tomar medidas para mitigar y adaptarse al cambio climático gracias a los esfuerzos coordinados entre diversas organizaciones —como la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA), el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), entre otras— que conforman la Mesa Técnica Agroclimática de Chiapas.

A través de esta colaboración se emiten periódicamente boletines agroclimáticos con recomendaciones claras y puntuales para que los productores del estado puedan tomar mejores decisiones en sus tierras de cultivo. En el boletín más reciente (correspondiente a mayo-junio-julio), por ejemplo, se detallan los pronósticos de lluvias para cada región de Chiapas, así como recomendaciones para los distintos cultivos (en general, se esperan buenas lluvias por lo que es viable sembrar maíces rendidores). El boletín puede ser consultado y descargado en el siguiente enlace: https://idp.cimmyt.org/download/boletin-agroclimatico-chiapas-no-3/

Figura 1. Nivel de desertificación en las tierras secas de México. Semarnat, 2003.